Capítulo 8

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—Y, ¿qué te parece? —dice Maat con emoción contenida en su voz, pero no puedo contestarle.

Porque lo que estoy viendo, es en verdad magnífico.

Nos encontramos en la base del faro que todas las noche se ve desde mi ventanal.

Siempre he querido verle, y sé que Maat lo sabe.

Nosotros nunca salimos de palacio, no por temor a alguna revuelta que pueda haber. Nos limitamos a hacer algunas apariciones, pero nunca a salir por demasiado tiempo como ahora y me pregunto cómo lo ha logrado.

—¿Cómo...? —susurro y miro a mi hermana.

—Los hermanos... ellos me ayudaron un poco —dice, sonriéndome con un brillo extraño en los ojos—. Al parecer no es la primera vez que visitan nuestra casa, y el farero es uno de sus conocidos y cuando se lo pidieron, él aceptó.

Miro admirada el enorme monumento y el sonido de bisagras viejas llama mi atención. De la parte trasera aparece un hombre vestido con una túnica larga que nos mira como si fuésemos las únicas estrellas en el cielo.

—Benditos los ojos que las vean, princesas —nos saluda haciendo una pequeña reverencia—. Espero que su viaje haya sido placentero.

—Muchas gracias —responde mi hermana y cuando comienza a hablar con el farero, dejo de prestar atención.

Camino por el borde del rompe olas, sintiendo la brisa en mis mejillas y cuando llego al borde de este, escucho a Maat llamarme.

—¿Cómo sube el combustible? —le pregunto al hombre cuando me vuelvo a reunir con ellos.

—Por ahí —veo que señala un canasto amarrado a una soga que cae desde arriba—. Todos los días se sube. ¿Gustan subir?

—¿En el cesto? —exclamo, admirada y algo escandalizada por la idea.

—No le confiaría el orgullo de Egipto a una cuerda desgastada —niega, riendo ante mi gesto—. Me temo que el único modo son las escaleras, síganme por favor.

Me junto con Maat, y así las dos seguimos al hombre.

Desaparece por donde lo vi aparecer, y al asomarme, encuentro un sinfín de escalones que suben y suben y parece jamás terminar.

—Válgame los dioses —murmura Maat y no puedo evitar concordar con ella—. Bueno, buena suerte, te espero...

—Oh, no, no —niego, cerrando mis dedos alrededor de su muñeca—. Tú te vienes conmigo.

—Pero, Tisza...

—Tu me trajiste, tú me acompañas.

Y con esto, comenzamos a subir.

—Ya no puedo más —jadea Maat y con la ropa pegada a mi cuerpo sudoroso, tiro de ella

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—Ya no puedo más —jadea Maat y con la ropa pegada a mi cuerpo sudoroso, tiro de ella.

—Vamos, ya falta poco.

—Sí, pero para que lleguemos arriba apenas. ¡Y lo que nos falta bajar! —lloriquea con la piel brillante por el sudor y a pesar del dolor y el esfuerzo, quiero sonreír—. Lamento haberte traído aquí, pero, ya no creo poder más. Los pulmones y las piernas siento que me van a estallar, y la garganta...

—Vamos, sólo falta un poco —insisto a pesar de que mi cuerpo aclama lo mismo—. Vamos, después de esto, nos vamos. No más subidas ni bajadas por el día de hoy.

Jalo un poco más del brazo de mi hermana y cuando veo la puerta de madera llevar a la luz, suspiro.

La brisa es un alivio para nuestros rostros en cuanto abrimos la puerta. El calor del fuego es intenso, pero el viento es un respiro.
Uno muy grande.

La vista lo vale. Es espectacular. Es poderosa. Y nosotras estamos aquí para verlo.

—Desde aquí se ve el palacio —suspira admirada Maat y al escuchar el tono con el que lo ha dicho, sé que se le ha olvidado el cansancio y el dolor como a mí en estos momentos—. Esto es hermoso, Tisza. Y todas estas tierras, toda esa gente...

—Es tu pueblo —murmuro, dándole una sonrisa suave—. Serás una increíble reina. De eso no hay duda.

—Lo sé —admite en un susurro—. Sé que él bebé puede cambiar eso, pero no me dejaré hacer a un lado. Mandaré todo a volar, y lucharé. No siempre debe haber un hombre en el trono. Y una mujer no necesita un hombre para gobernar, mucho menos para tener un título. Eso debes tenerlo en cuenta, Tisza. Haré lo que sea para mantener lo que por derecho de ser la primogénita se me fue otorgado. Haré lo que sea. No dudes de ellos.

—Lo sé —asiento y tomó su mano entre la mía—. Sea cual sea tu decisión, ahí estaré.

Nos quedamos hasta que el calor fue soportable, y mientras bajaba las escaleras, las palabras de mi hermana seguían retumbando en mi mente.

«Haré lo que sea

Solo espero los dioses y mi padre hayan hecho un buen trabajo y guíen a mi hermana al trono y a la prosperidad de Egipto.

Solo espero que sus ojos tengan el camino divino grabados en ellos, y la guíen con sabiduría.

Por un mejor Egipto.
Por un mejor reino.
Por un mejor faraón.

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora