Capítulo 48

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Mis ojos se abren con lentitud y cuando distingo el techo de mi alcoba entre la bruma de mi mente, frunzo el ceño mientras me levanto.

Recuerdo estar hablando con Maat y después... nada.

—¿Maat? —pregunto pero mis aposentos se encuentran vacíos—. Oh, Dioses benditos. ¡¿Maat?!

Todo regresa a mi como una enorme ola golpeando con fuerza un pequeño barco y con las manos temblorosas busco el modo de abrirme paso entre mis mantas.

—Tisza —la suave voz de Martell me llega de entre las sombras y cuando esté sale a la luz, ya no se parece en nada a aquel chico que partió hace algunos meses. Quien me regresa la mirada es un hombre y no puedo evitar estar más confundida—. Oh, Tisza, he venido en cuanto he escuchado la noticia. Lo siento mucho.

—¿Dónde está? —le pregunto a Martell y veo cómo aparta la mirada cuando mis ojos buscan los suyos—. Martell...

—Fue a rescatarlo —revela y siento como nuevamente comienzo a marearme—. Tisza..., Tisza. Mírame.

Unas manos robustas y callosas agarran con fuerza mi rostro y cuando mis ojos se aclaran por las lágrimas, unos ojos azul intenso me miran de regreso.

—Tienes que calmarte. Tu padre está esperando a que despiertes. No quiere..., no quiere dar la sentencia sin que tú acompañes a tu hermana; pero él no sabe que ella está en estos momentos ayudándolo a escapar —susurra y mis pulmones vuelven a llenarse de aire nuevamente—. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Con la garganta cerrada y sin poder articular palabra alguna, asiento lentamente.

—Bien. Ahora, debes levantarte e ir con tu padre —me ordena mientras me ayuda a desenredarme de las mantas con más delicadeza de la usual y no puedo evitar mirar el cambio que ha tenido. El ejército le ha cambiado enormemente—. Ella está bien, Tisza. Pero debes mantener a tu padre ocupado. Si no estás a su lado cuando todo suceda, si los escribas y todos en la corte no te ven cuando se dé la orden de que él ya no está en su celda..., serás acusada de traición. Todos saben el amor que le tienes a tu hermana, no dudarán en culparte también por conspirar.

—Yo no..., no quiero perderla. Si ella lo hace..., ¡oh, dioses! ¿Qué haré? ¡Irá a la horca! Le asesinarán. Y no puedo... no puedo permitir eso.

Vuelvo a romper en llanto con esto último y Martell al verme, se detiene en mi ayuda por ponerme de pie y vuelve a sostener mi rostro entre sus manos de artista mientras me mira.

—Nada de eso sucederá —me asegura pero no le creo nada—. Tisza, escúchame. Nada de eso sucederá si tú estás aquí. Y sé que tu padre no lo hará. No puede tolerará eso. Ya ha perdido un hijo, y no creo que quiera perder a su primogénito. 

—Yo no...

—Puedes hacerlo. ¿Y sabes por qué? Porque conozco a esa Tisza, no a ésta. —me asegura y cuando ya me he tranquilizado, me ayuda a poner de pie y a llegar a mi tocador—. Bien, quédate aquí. Le diré a Tajteh que entre.

Limpio cuidadosamente mis mejillas con las palmas de mi mano, pero mi trabajo es en vano ya que al ver a mi nana entrar con los ojos rojos y llorosos, nuevas lágrimas brotan.

—Tranquila, mi niña. Ya estoy aquí —susurra y deshaciendo lo que quedaba de mi peino, me pasa el cepillo de manera tranquilizadora—. Ojalá y los dioses hubieran tenido un diferente futuro para ustedes. Ojalá y lo hubieran tenido.

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El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora