Capítulo 19

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Limpio la gota de tinta lo mejor que puedo del pergamino, pero está se adhiere con fuerza no solo al papel sino a mis dedos también, y cuando estoy por doblarlo para sacar uno nuevo, escucho el sonido de la puerta al ser llamado.

—¿Diga? —está se abre suavemente y tras hacer otra corrección y alzar la vista y ver quien es, tapo mi trabajo y dejo la pluma sobre mi mesa, dejando más manchas a mi paso—. Mamá. No esperaba verte tan rápido fuera de cama.

—Solo tuve un bebé, cariño. No caí enferma. Además, ya he tenido dos antes, así que esto no es nada, amor —niega mi madre, y mi corazón salta al verla tan perfecta como siempre—. Vine a ver cómo estabas. No acudiste al té junto con tu hermana.

—Ella no me dijo que era contigo, de haber sabido, hubiera ido —susurro, y escondo mis dedos llenos de tinta tras mis faldas.

—¿Eso que veo en tu mejilla es maquillaje? —muevo mi mano rápidamente hacia el lugar recordando que hoy no me he puesto maquillaje y cuando los dedos de mi madre se envuelven alrededor de mi muñeca y no me sueltan, sé que fue una trampa.

Oh, sí.

Mi madre siempre sabe como descubrir las cosas cuando siente que le estamos ocultando algo.
Y yo siempre caigo.
Esa es la razón por la cual siempre Maat y yo hemos sido regañadas.

Mi madre, la Gran Esposa, siempre ha sido una mujer recta. Y por lo general es la encargada de llevar a cabo nuestros castigos. Porque con nuestro padre, siempre logramos salirnos con la nuestra, pero ese nunca será el caso con la Gran Esposa. Que los dioses se apiaden de ti si llegas a caer en sus manos.

—¿Qué has estado haciendo, cariño? —me pregunta en un tono lleno de curiosidad y trago nerviosa.

—Contestando algunas cartas, haciendo algunos controles... ya sabes. Cosas que papá me encarga.

—Tisza Amunet, no me mientas. Se cuando lo haces, así que, dime. Maat dijo que te noto algo extraña.

—¿Por eso estás aquí? ¿Por qué Maat me acusó?

—No, estoy aquí porque desde ese día en el que nació tu hermano, no me has ido a visitar. Y no has cargado a tu hermano, ni siquiera le has visto. ¿Te sucede algo, amor?

—No, nada. Pero apenas tiene dos días, mamá. No he tenido tiempo.

—No uses esa vieja excusa en mi. Ahora, dime, ¿qué es lo que sucede, cariño?

—No es nada —niego, cediendo. Porque sé que no le voy a poder ganar. Como ya dije, soy la más débil de las dos en cuanto a mi madre se trata. Supongo que soy muy parecida a mi padre en ello—. Solo estaba escribiendo.

—Escribiendo —murmura, y se pone a mi par mientras miramos mi mesa—. ¿Qué estabas escribiendo?

—Hay un chico... y él, no lo sé. Me confunde —suspiro y busco mis hojas—. Escribir me ayuda a resolver muchas cosas cuando no sé qué hacer, así que pensé que pude ayudarme esta vez a descubrir que es lo que me pasa.

—Así que, se trata de un chico —murmura mi madre y asiento sin despegar mi vista de las hojas—. ¿Y esta historia se llama...?

—¿El pegamino de Tisza? —digo y se que suena más a pregunta que ha respuesta, pero eso es lo que es—. Estoy escribiendo sobre mi. Estoy escribiendo desde el día en el que él llegó a mi vida.

—Así que es eso —miro de reojo a mi madre, y encuentro una sonrisa en su rostro—. ¿Y este chico tiene nombre?

—Me temo que tendrás que leer la historia.

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora