Capítulo 24

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—Nos vemos mañana —sostengo mi sonrisa el tiempo suficiente hasta que veo a Kosei desaparecer tras el pasillo que da a mi habitación y sin más tiempo que perder, cierro con fuerza mi puerta perdiendo la sonrisa—. ¡Que los dioses me ayuden!

Ahogo mi gruñido con la tela que cuelga de mi vestido, y al alzar mi vista, me llevo el susto de mi vida.

—¡Por los Santos reyes! —murmuro posando la palma de mi mano extendida sobre mi corazón—. ¡No aparezcas así!

Mi hermana me mira desde su posición y aunque sé que le parece divertido todo esto, algo hay diferente.

Mientras mi corazón comienza a calmarse, la observo detenidamente.
Postura: erguida e imponente; cabello, pulcramente recogido y en orden a pesar de la tarde, ¡Dioses! Incluso el mío parece un nido de pájaros en este momento; expresión: mirada calculadora y fría.

—¿Qué hacías con él, Tisza? ¿Desde cuando te agrada?

—Nunca dije que me desagradara —me defiendo, pero sé que no se lo cree.

—Lo mirabas con odio, conozco cuando alguien no es de tu agrado. Así que, ¿desde cuando son tan amigos?

—Bueno, creo que cometí un error, ¿sabes? ¿Has escuchado eso de conocer antes de juzgar? Lo leí hace unos días en alguna parte, y, no lo sé, decidí ponerlo en práctica.

—¿Así que también empezarás a hablar y a salir con Calisza?

—¡Dioses, no! Esa zorra merece morir.

—¡Tisza, cuida esa boca!

—Casi suenas como mamá.

—Además, ya tiene varios años qué pasó eso. Y prácticamente éramos unas niñas.

—¡Se robó a mi prometido! —me defiendo y trato de invertir todo mi corazón en que esto parezca real, de que mínimo parezca que llegué a sentir algo por ese príncipe llorón come mocos que vino hace muchos, pero muchos años de visita.

Y qué al parecer se iba a convertir en mi esposo. A veces eso de las tradiciones apestan.

—Ay, por favor. Aún recuerdo cuando llegabas a mis aposentos quejándote de las manos sudorosas y escurridizas del niño —dice Maat, poniendo los ojos en blanco—. Es en serio, Tisza. ¿Qué hacías con él?

—No lo sé —me encojo de hombros mientras comienzo a desvestirme—. Si era verdad cuando dije que lo quería conocer.

Eso y que busco conseguir información.

—Hablando de conocer, ¿ya fuiste a los aposentos de mamá a conocer a Menes? —cuido detenidamente la expresión en el rostro de mi hermana, y veo que parte de su tranquilidad tiembla.

—¿Por qué preguntas? —su tono sale más hosco de lo que imagine pero trato de ignorarlo—. ¿Padre o madre te han dicho algo respecto a...?

—¡No! No —niego y me acerco a mi hermana—. Solo quiero saber qué es lo que piensas. Desde el día en que Menes llegó, no hemos hablado de eso.

—¿Hablar sobre qué, Tisza? ¿Sobre como puedo perder mi trono con demasiada facilidad solo porque mamá y papá decidieron agregar más integrantes a la familia? ¿Hablar sobre cómo ese bebé literalmente arruinó mi vida? —mi corazón se estruja y con una expresión desolada miro el rostro acuoso de mi hermana—. Creí que tú me entenderías, pero creo que me equivoqué. Al parecer también te tiene a ti. ¿Y con qué me quedo? Nada. Dakarai parece ser el único que me entiende en estos días, y no lo sé, supongo que en verdad agradezco que esté aquí.

Por el Horus y los Santos dioses del universo.

No puedo decirle sobre la idea que tengo de ellos, no cuando no me ve como un apoyo en estos momentos y literalmente al decírselo podría estarla aventando a los brazos de Dakarai. Tendré que esperar hasta estar segura. No puedo arriesgarme a soltarlo así porque sí en estos momentos.

—Por supuesto que estoy contigo, Maat. Menes no ha cambiado eso, él no me ha quitado el amor que te tengo. Y jamás lo hará —niego, acercando mi mano hasta la suya y tomando sus dedos entre los míos—. Siempre serás mi hermana, Maat. Y siempre te querré.

—¡Oh, cielos, Tisza! —solloza y las lágrimas que estaba reteniendo, por fin se liberan—. Desearía que hubiera nacido otra mujer. Esperaba que los dioses no me abandonaran como lo han hecho, y la verdad no sé qué hacer. No quiero perder el trono, no cuando quiero cambiar a Egipto. Sé que papá lo hace maravilloso, pero creo que es momento de hacer cambios. Cambios increíbles. Pero con Menes... tengo miedo Tisza, en verdad tengo mucho miedo.

—¿Qué es lo que tanto miedo te da? Dime y te prometo que buscaremos el modo de solucionarlo.

—No creo que puedas —niega y una sonrisa triste y retorcida aparece en su rostro—. Que los dioses me salven y el caldero me perdone... porque en estos días he pensado lo peor. Y no sé qué dice esto de mi.

—¿De qué estás hablando, Maat?

—No sé que me sucede, pero en estos días he tenido pensamiento oscuros, Tisza. Tan oscuros que me dan miedo y vergüenza el tan siquiera decirlos.

—¿Maat...?

—He teniendo sueños con Menes... muerto. En todos mis sueños aparece él empapado en sangre y yo cubierta de ella. Y sé que debería de irme al tártaro por soñar esto, por tan siquiera tenerlo en mi mente, pero no sé qué significan estos sueños. Tengo miedo de ir con algún sacerdote o escriba y contarlo por temor a lo que ellos puedan interpretar esto, Tisza. Por qué... lo he visto, Tisza. He visto a Menes, y se ve tan tierno y yo... tengo mucho miedo, Amunet, tengo miedo de que este sueño sea una clase de advertencia, algún pronóstico o mal augurio, pero no sé en qué exactamente debemos tener cuidado, si de mi o de cualquier posible amenaza contra Menes.

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora