Capítulo 33

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La cabeza me palpita con fuerza, y cuando Tajteh descorre mis telares y deja que la luz bañe mi habitación, gruño.

—¡Dioses! —jadeo escondiendo mi rostro bajo mis mantas pero estas son quitadas de mi alcance de un tirón—. Pero...

—Tisza —al escuchar la voz de mi madre mis ojos se abren de golpe y mi espalda se yergue completamente quitándome todo rastro de sueño.

—Mamá —tartamudeo y me aclaro la garganta mientras busco el modo de arreglar un poco mi aspecto—. Buenos días.

Hago una pequeña inclinación y cuando mis ojos ven el moretón en la parte interna de mi muñeca, me apresuro a esconderlo bajo las sábanas.

Anoche..., bueno, anoche puede que me haya pasado un poco de copas. Los dos nos pasamos de copas, y después..., bueno, eso no es muy bonito. No para una princesa.

—Esto huele a una mezcla entre alcohol, vomito y perfume —escucho que dice mi hermana y al alzar la vista, la encuentro recargada sobre mi puerta con los brazos en jarras.

—Al parecer anoche se la pasaron maravilloso —comenta mi madre en un tono relajado pero sé que es solamente la cubierta. No está contenta, puedo sentirlo—. ¿Algo que quieras compartir, Tisza?

—Bueno yo..., puede que haya bebido un poco.

—¿Un poco? ¡Dioses! Esto debe de estar cercano al olor de esos lugares donde van los hombres a beber y divertirse —me reclama Maat y hago una mueca.

—Maat —le recrimina mi madre y escucho una disculpa a lo bajo venir de su dirección—. Tisza, amor, lo que sucedió anoche no estuvo bien. No fue digno de una princesa. Los guardias de turno escucharon todo. Todo.

¡Oh, Dioses!

Mis mejillas se colorean con fuerza y trato de no soltarme a llorar.

—Lo siento mucho —susurro con la cabeza gacha—. Yo..., prometo limpiar todo. Haré que ellos...

—No será necesario —me detiene mi hermana con las palabras más afiladas que antes—. Papá se está encargando de eso en estos momentos.

—¿Qué...? ¿Qué fue lo que dijo papá? —le pregunto a mi hermana pero al no obtener respuesta por su parte, miro a mi madre—. Mamá...

—Irás unos cuantos días de visita con tu tío Abasy a ayudar a Narmes en el campo.

¿Campo? ¿Mi primo trabajando en el campo?

—¿Narmes está trabajando en el campo? ¿Por qué? —exclamo, sorprendida ya que nunca creí que mi tío Abasy fuera capaz de hacerle tal cosa a su primogénito.

Él lo ama. Adora con todo su corazón a mi primo Narmes, y el que lo hubiera mandado a trabajar en el campo..., bueno, ellos lo hacen porque nos quieren.

Tratan de ponernos en el buen camino. Hacernos entender... Oh, dioses.

—Y antes de que digas que es injusto esto, ayer por la tarde llegaron visitantes. Visitantes muy importantes —recalca esto último mi hermana y mis mejillas se colorean—. Y el por qué está trabajando, tendrás que descubrirlo por tu cuenta.

—No me iba a quejar sobre eso —murmuro y suelto un suspiro—. Haré mi maleta, pero, ¿exactamente cuánto tiempo estaré fuera?

—Unos días..., hasta que esto se calme un poco. Mandaremos por ti, cariño, mientras tanto, será mejor que te prepares —me asegura mi madre.

—¿En verdad están todos enterados? —susurro pero niego rápidamente—. No, no quiero saber. En cuanto termine de empacar, Tajteh y yo abordaremos.

—Gracias por entender, cariño y por favor, date un baño antes de irte. En verdad apestas, hija —me sonríe mi madre y tras un beso rápido con olor a lilas, da media vuelta y abandona mis aposentos con mi hermana detrás.

¡Dioses malditos! Sabía que no era buena idea, pero fue demasiado fácil.

Él fue agradable y atento, nada de lo que esperaba.

Debí de estar demasiado borracha porque no recuerdo mucho más que risas, el encontrarme vomitando y dos borrachos estropeando "El tesoro del faraón".

Un nombre poco original, pero vamos, mis ancestros no debían de tener mucha imaginación si decidieron ponerle a todos sus hijos Hetoipe, y solo distinguirlos unos de otros por un bendito número.

No debí de haberlo llevado a esa habitación con todos esos jarrones, vasijas y trastos antiguos.
Más antiguas que las cenizas de mi querido abuelo. Que lleva un muy largo tiempo muerto y descansando en presencia de Horus.

—Tajteh —llamo a mi nana y cuando me levanto, un mareo me recorre, respiro varias veces para calmar el malestar—. Llama a Martell, por favor.

—¿Algo en específico?

—Dile que necesito lo de Freyha —murmuro encaminándome al baño.

—¿Quiere un té de...?

—Solo eso, gracias —atino a decir justo cuando el contenido de mi estómago decide salir—. Oh, Dioses benditos, ¿qué fue lo que hice?

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora