Capítulo 43

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Una sonrisa tira de mis labios mientras me muevo por los pasillos de las habitaciones de Maat a las mías, y cuando giro en la esquina correcta que me lleva hasta mi puerta y alzo la vista, me quedo petrificada a medio camino al ver la figura que se encuentra parada fuera de ellas.

Oh, no.

Mis pasos se detienen gradualmente y cuando estoy segura de que no es producto de mi imaginación, me obligo a seguir avanzando, pero no puedo. No me muevo.

—Tisza —la voz de Amun resuena por todo el pasillo y cuando le veo comenzar a andar en mi dirección, giro sobre mis talones dispuesta a irme, pero llega más rápido de lo que esperaba a mi lado, y me detiene agarrándome por el antebrazo—. Tenemos que hablar.

—No hay mucho de qué hablar —me niego a pesar de ser una mentira.

Hace unos días estaba llorando por él. Y mi único deseo era poder sentarme a conversar, pero ahora que lo tengo frente a frente..., todo mi valor, todo mi deseo se ha esfumado.

—Estuve parado por horas fuera de tu puerta esperando a que llegaras, y ahora que por fin apareciste, no me pienso ir. Tenemos que hablar.

—¿Sobre qué? —gruño dando un tirón de mi brazo para que me suelte.

El movimiento es brusco y sí, logra su cometido ya que me suelta.
Está por hablar nuevamente pero sus ojos se disparan a mi cuello y de ahí no se levantan.

Estoy por hacer un comentario muy molesto cuando su mano se alza y veo cómo sus dedos toman lo que sea que capto su atención en mi cuello.

—Aún lo llevas —susurra, cepillando sus dedos sobre mi clavícula y al bajar mi vista veo con horror cómo ha quedado expuesto el collar de elefante que me regaló en mi cumpleaños.

Mi rostro quema cuando me separo de su toque y con las manos temblorosas vuelvo a meter el dije dentro de mis ropas, ocultándolo.

—De seguro a una de mis doncellas se le ha pasado quitármelo. Hace días que no...

—Tisza, sé cuando estás mintiendo.

—Tú no me conoces. Según tú, ni siquiera somos amigos.

—Sobre eso..., quería hablarlo. Cuando me fui... —comienza pero mi vergüenza y enojo han florecido.

—No. No pienso escucharte. Eres un...

—Por favor, déjame explicarme. Pero no aquí —niega y veo cómo traga saliva de manera nerviosa—. ¿Podríamos...?

—¿Qué es lo que escondes? —susurro, mirándolo—. ¿Qué es...?

—Te lo diré si vienes conmigo. Este no es un lugar seguro.

—Por supuesto que lo es. Yo...

—Tisza. Por favor. Si alguna vez..., si alguna vez confiaste en mí, por favor, hazlo nuevamente.

Confía en mí.

Bien —accedo y probablemente esta sea una muy mala idea pero últimamente parezco tomarlas con demasiada facilidad.

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El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora