Si me preguntaras cuán despistada soy, te respondería que muy poco. Luego analizaría la pregunta debidamente y te contestaría que mucho. Sí. Mi mente creía que era muy concentrada y yo también, pero había ocaciones en donde me daba cuenta que no era así. Pongámoslo en contexto. Por ejemplo, si viera a una persona el día lunes, lo más probable era que recordara su rostro al día siguiente. Y el día siguiente después del día siguiente. Eso significaba que no era despistada, ¿verdad?
Pues esperen a ver lo que ocurrió.
Estaba caminando hacia la cafetería para encontrarme con mis amigos, como cada día, y también con Lizbeth, nuestra nueva amiga. Ella nos había admitido, a Trisha y a mí, que sus horas libres las pasaba sola. Sin nadie. Desde que la universidad había comenzado no tenía a nadie con quien compartir sus momentos entre clases. Así que, como buenas samaritanas, la habíamos invitado a juntarse con nosotros en nuestro tiempo libre.
Como había salido algo tarde de clase, estaba apurada en caminar entre el mar de gente que siempre se reunía en la cafetería para encontrar a mis amigos, quienes ya me habían avisado que estaban ubicados en una mesa al aire libre, cerca del quiosco de comidas del comedor principal.
En eso, como si fuera la mujer maravilla, me detuve abruptamente al ver un rostro conocido. Yo era distraída, sí, lo admitía, pero nunca olvidaría a esta persona.
Con sigilo, como si asechara a mi presa, caminé en dirección a la mesa de mi derecha observando con ojos entrecerrados a una chica y un chico, riendo a carcajadas. Hubiera pasado de largo, si no fuera Lizbeth la que estaba haciendo reír a este chico. Y este chico fuera el miserable que casi me atropella.
A Lizbeth se le veía feliz, riendo con este chico como si alguien hubiera contado el mejor chiste de la historia. Esta Lizbeth no era la tímida chica que se refugiaba en su cuaderno y lentes que utilizaba. Ésta era una espontánea y divertida Lizbeth que se reía de lo que fuera que el chico atropellador hubiera dicho.
Me acerqué sin perder mi paso hacia ellos, notando lo amistosos y cercanos que eran.
—Hola —saludé a Lizbeth, mirándola con una sonrisa que no sentía para nada. Su rostro se frunció en un ceño, aún así me sonrió de lado. Su boca estaba pintada de rojo, de un rojo muy fuerte y llamativo. Era extraño verla sin sus lentes y con el cabello anudado en una cola alta en la sima de su cabeza, mostrando sus rasgos finos. Los pendientes en sus orejas solo asentaban su belleza. La chica era hermosa si se arreglaba. Si no, también. Benditos genes tenía ella que yo envidiaba, sanamente, claro. Miré a su acompañante, ahora frunciéndole el ceño—. Tú.
Él entrecerró los ojos, reconociéndome.
—¡Tú! —exclamó con voz enfática y señalándome.
Me crucé de brazos, ya avecinándome a lo que pasaría si seguía mirándome como lo hacía, con cólera, como si yo hubiera sido la culpable del accidente.
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Lo que dure nuestro amor | ✓
Teen FictionAndrew Koltov es enigmático, silencioso y oculta un terrible secreto, Jeane hará todo por ayudarlo. ☽ ☽ ☼ ☾ ☾ Jeane Miller cree que su primer año en la universidad será sencillo, al menos eso es lo que parece cuando se muda de su ciudad natal para...