Capítulo 49 - Compañera de piso malhumorada

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En el avión ni siquiera pude dormir

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En el avión ni siquiera pude dormir. En las cinco horas de vuelo me la pasé cerrando los ojos y repitiendo en mi mente que todo estaría bien, como si fuera un mantra. Era la primera vez que viajaba en avión y aunque estaba emocionada, había visto demasiados documentales sobre accidentes aéreos como para estar alerta a cualquier turbulencia o sonido extraño. El revoltijo de emociones y las mariposas en mi estómago eran debido al despegue del avión. Lo mismo fue cuando aterrizó en Paris. Estuve tan nerviosa que por poco apreté la mano de la señora que iba a mi lado. Mi asiento era justo al lado de la ventana y estaba tan pegada a este, que mi nariz chocaba contra el vidrio. Ver las nubes tan cerca me había hecho sonreír como una loca en el aterrizaje.

Una vez que llegué, bajé del avión y recogí mi maleta de la cinta transportadora, busqué en mi celular la foto del correo en donde me indicaban las instrucciones y caminé hacia la puerta de llegada. Mientras lo hacía, miraba atentamente a las personas y los pequeños carteles con nombres en sus manos.

Ni bien mis ojos encontraron mi nombre, caminé con paso firme hacia el señor con traje y corbata que me esperaba. Me presenté con cordialidad, sorprendiéndome al saber que era el chofer que me llevaría a mi residencia y que, gracias al cielo, hablaba mi mismo idioma. Aunque su dejo francés no me pasó por desapercibido. Las horas del viaje comenzaron a pasarme factura cuando me acomodé en el asiento trasero y recosté mi cabeza en el respaldar. La camioneta era amplia, lo suficiente como para estirar mi piernas y dormir.

El chofer me llevó por calles tan bonitas que pegué mi nariz a la ventana mientras asentía a todo lo que me decía. Me estaba haciendo un pequeño tour por calles principales, indicándome los monumentos y museos históricos para que visitara en los próximos días.

En pocos minutos, quedé absolutamente enamorada de Paris y sus calles adoquinadas.

Saqué rápidamente de mi mochila la cámara fabulosa que Andrew me había regalado y comencé a fotografiar lo que veía conforme nos deteníamos en semáforos. Mi lente tenía tanto que enfocar, que no me di cuenta que había llegado hasta que el chofer tuvo que dar la vuelta y carraspear para llamar mi atención.

Frente a nosotros, un edifico antiguo y de varios pisos se alzaba en su máximo esplendor. El sol de la mañana le daba directamente, iluminándolo por completo y haciéndolo ver hermoso debido a los balcones que tenía en cada ventana, donde rosas y plantas adornaban cada piso, dándole una genial vista.

Abrí la boca impresionada de aquella estructura. No fue para menos cuando levanté mi brazo con la cámara e hice clic un par de veces para almacenar aquellas vistas en mi memoria.

—¿Este es el instituto? —dije con la boca abierta, impresionada. Lo había visto en fotos cuando busqué información, pero nada se comparaba con verlo frente a mí.

—Así es —respondió el conductor con una pequeña sonrisa a través del espejo retrovisor.

—¿Y los apartamentos de estudiantes?

Lo que dure nuestro amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora