Capítulo 37 - Luz en medio de la oscuridad

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JEANE

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JEANE

Muchas veces envidié a las personas que nunca solían mostrar sus verdaderos sentimientos. Aquellas personas que eran frías y bordes las tenía en un alto recordatorio cuando mi propia tristeza me sobrecargaba y no había nada que pudiera hacer. Muchas veces creí que ser tan abierta con mis sentimientos me llevaría a un inminente sufrimiento. Por supuesto, también creía que en ciertos momentos estaba bien mostrar lo que uno sentía. No era bueno guardarse todo para uno y nunca soltarlo, porque te quedas con aquel nudo en la garganta y cada vez se hace más grande hasta el punto en donde sientes que te ahogas y nadie te puede salvar.

Nunca creí que podía llegar a convertirme en esa persona. En mi mente pensaba que eso sólo ocurría en momentos de mucho dolor cuando el tiempo se pasaba muy lento y acumulabas mucho en tu corazón. ¿El revoltijo en tu estómago, el nerviosismo y las ganas de querer llorar con fuerza? Todo lo sentí en el momento que Andrew me confesó el abuso que había sufrido por su propio primo cuando sólo era un niño.

Un día después, aquel nudo en mi garganta se había hecho tan grande que ni siquiera podía hablar. Caminaba por los pasillos de mi universidad sin ver realmente por donde iba. Miraba a los profesores dictar sus clases pero realmente no les prestaba atención. Fingía no sentirme bien para no hablar con mis amigos e irme directamente a casa. Quería reírme por aquella expresión: «casa». Aquella ya no la sentí mi casa, mi hogar, desde que noté lo cálido y hogareño que era estar junto a Andrew.

Cuando llegaba allí era muchísimo peor porque sólo estaban mis sentimientos y yo, y lo único que quería hacer al echarme en mi cama era dormir y no pensar en lo que él sufría. Pero lo cierto era que ni siquiera podía escapar de mis pensamientos. En vez de dormir cerraba los ojos y lloraba en silencio pensando en aquel niño de diez años al que le habían arrebatado su inocencia, su niñez. Su vida.

Y no paraba de darle vuelta a los recuerdos que tenía de la escuela. Específicamente el año en donde Andrew cambió. Recordaba haberlo visto en clases tan bien, tan feliz, y luego, de un momento para el otro había vuelto cambiado en las vacaciones. Y cada vez empeoraba. Hasta que dejó a todos sus amigos, dejó de ser el gracioso de la clase, dejó de invitar a sus amigos a casa y se convirtió en un alumno más. Dejó de hacer bromas en clase, dejó de reír, dejó a todos, e incluso dejó de sonreír.

Recordaba vívidamente aquellos momentos porque a pesar de tener diez años, era una niña muy observadora y curiosa, y me gustaba prestarle mucha atención al niño más guapo y divertido de la clase. Hasta que ya no lo fue más. Se convirtió en un chico áspero, una cáscara de lo que fue y del que ya nadie quería ser amigo.

Desde que conocí a su madre pensé que aquello podría haber sido una razón de su cambio. No sabía lo que era tener una madre con cáncer, pero imaginaba que te cambiaba la vida. Ese no fue el caso de Andrew, su vida ya había sido cambiada desde que era un niño.

Lo que dure nuestro amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora