Capítulo 40 - Miradas retadoras

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Andrew cuando se enteró que tendríamos karaoke el día viernes con mis amigos me miró tan fríamente que por un momento quise reír y decirle «¡es broma!»

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Andrew cuando se enteró que tendríamos karaoke el día viernes con mis amigos me miró tan fríamente que por un momento quise reír y decirle «¡es broma!». Pero me lo pensé y admití que esto de salir y socializar le iba a caer muy bien. Él no tenía amigos, sólo Joel (si se podía contar como un amigo cuando lo único que hacía era hablar de marihuana), y yo. Éramos las únicas dos personas con las que él hablaba. Y me dolía por él. Después de todo lo que le había pasado necesitaba un descanso de su estrés emocional para salir y divertirse. Yo no era psicóloga, ni terapeuta, pero ya me había decidido a ayudarlo en cualquier cosa. Y esta oportunidad se había presentado.

Por supuesto, no quería presionarlo ni obligarlo a ir. Los días transcurrieron mientras Andrew actuaba más malhumorado de lo normal. Yo aguanté. Sabía que su actitud aún no cambiaba, pero notaba los esfuerzos que hacía.

Cuando bajaba de su camioneta e íbamos a clases, me llevaba el bolso. Cuando estábamos en su departamento y lo veía echarse la pomada, se la arrebataba de su manos para untársela yo sobre su reciente tatuaje. Me abrazaba sin decir nada cuando caminábamos por el campus hacia nuestros salones. Era atento, malhumorado pero con un corazón de oro.

El día viernes llegó y Andrew ni siquiera parpadeó cuando le dije que fuéramos al karaoke. Él ya había tomado su decisión. Se bañó en tiempo récord mientras yo lo esperaba ya lista en su sofá con Peludo sobre mis piernas desnudas. Yo estaba con un vestido corto, combinado con un suéter de cachemira crema y sandalias con tacón porque sabía que iba a sudar en cuanto llegáramos al local. A pesar que el verano ya había pasado, el otoño parecía más primavera que otra cosa.

—Joel vendrá a buscarte en cualquier momento, bebé. ¿Estarás bien con él? —pregunté acariciándola. Ella no me hizo caso, seguro estaba demasiado aburrida de oírme hablar. Sus ojos cerrados me lo demostraron. El timbre del departamento sonó y yo me levanté rápidamente para abrir la puerta.

Joel me recibió con una sonrisa desgarbada. Su rostro por primera vez estaba desprovisto de vello facial y se había anudado el cabello en un moño alto. No estaba descalzo, y por primera vez, su cabello usualmente grasoso estaba limpio y desprovisto de suciedad. Parecía más una persona normal que un hippie. La camiseta que llevaba hoy decía «Lee libros, no camisetas».

—Hola, Joel —Lo saludé sonriente. Él meneó las cejas.

—¿Qué tal, Jeane?

Lo hice pasar al departamento a sabiendas que Andrew estaba cambiándose.

Ni bien Peludo vio a Joel, se acercó a él y empezó a sobarse en su pierna. Él se agachó para acariciarla.

—Hola, preciosura —murmuró Joel mientras sobaba su pelo—. Hoy me quedo contigo.

Tanto Andrew como Joel habían acordado que él se quedaría aquí para cuidar a Peludo mientras nosotros íbamos al karaoke. No podía creer el grado de confianza de Andrew con Joel como para dejar o aceptar que se quedara aquí mientras no estábamos. El bicho de la curiosidad me picó.

Lo que dure nuestro amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora