Capítulo 27 - Tu dolor es mi dolor

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El resto de la tarde del domingo no recibí ninguna llamada o mensaje de Andrew

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El resto de la tarde del domingo no recibí ninguna llamada o mensaje de Andrew. El lunes tampoco. El día martes ni siquiera lo pensé dos veces antes de tomar una decisión. Me levanté muy temprano, antes que sonara la alarma, y metí todas mis cosas en el bolso. Me lo cargué en el hombro y salí apresurada de casa. Mientras caminaba hacia la casa del frente saqué mi celular y llamé a Andrew. No contestó. Estaba a punto de caminar por las paredes de lo desesperada que me sentía. Toqué la puerta pero mientras pasaban los minutos nadie me abrió. Solo sentí un rasqueteo del otro lado, como si adentro alguien estuviera pasando por allí sus uñas repetidas veces. Cuando volví a tocar, oí un maullido. Cogí el pomo de la puerta rogando que estuviera sin seguro. Esta se abrió. La cerré detrás de mí antes que Peludo pudiera escaparse. El departamento estaba en silencio, solo se oía la melodía de una canción en un volumen tan bajo que no pude reconocerla. Acaricié a Peludo un rato más hasta que me miró con sus grandes ojos anaranjados y se fue, caminando y moviendo las caderas como una gatita coqueta.

Me dejé guiar por ella, que parecía seguir el sonido de la música proveniente del pasillo en donde había dos habitaciones. Pasamos el baño hasta la habitación del fondo con la puerta abierta. Peludo entró, yo me asomé. Andrew estaba en la cama, durmiendo. Aquí había aire acondicionado, pero aún así él estaba sin camiseta. Observé sus músculos ondulados que se apretaban debido a que estaba boca abajo y con las manos debajo de la almohada. Solo podía apreciar su perfil. Su cabello oscuro estaba desordenado. Unas inmensas ganas de fotografiarlo en esa posición me embargaron. Casi maldecí el no haber traído mi cámara. Me quedé paralizada observándolo como una acosadora mientras él dormía. Su respiración acompasada estaba acompañada por el leve sube y baja de su espalda. Me llamó muchísimo la atención algo en su espalda. En el omoplato izquierdo tenía un tatuaje.

Como si fuera atraída por un imán caminé lentamente y tratando de no hacer ruido para mirar de cerca el tatuaje en su espalda. Éste era pequeño y abarcaba unos pocos centímetros. En letra cursiva se leía: «El sonido del silencio». Acerqué mi mano, con la intención de tocarlo, pero me lo pensé mejor y retrocedí.

La habitación estaba demasiado iluminada porque las cortinas estaban abiertas. Anoche me había quedado leyendo un artículo en internet sobre la migraña, y allí decía que la luz solar es el primer enemigo de alguien que la padece. Por lo que las cerré, sumiendo la habitación en oscuridad. Aún así la luz entraba por la puerta, aquello no era un problema porque era una iluminación tan baja que era suficiente para observar sin que le fastidiara.

Me acerqué al sillón de la esquina de la habitación y dejé mi bolso. No quería hacer mucho ruido mientras él descansaba, así que salí de allí y fui hacia la cocina. Estaba impresionada de ver que Andrew era tan ordenado como yo lo era desordenada. Suponía que los opuestos se atraen, como dice el dicho.

Decidí prepararme un café cargado de su cafetera, y aunque la maquina hizo ruido, eso no lo despertó. Me tomé el café sintiéndome mil veces mejor, más despejada y lista para empezar el día.

Lo que dure nuestro amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora