Capítulo 2

392 22 10
                                    

No podría sentirme más enclaustrada.

         Mi trabajo consistía en dos turnos. El primero era de 7:00 am a 3:00 pm, el segundo era de medio tiempo, de 4:00 pm a 8:00 pm. Y durante todo ese tiempo no hacía más que quebrarme la espalda por una miseria que apenas me alcanzaba para cubrir mis gastos en la casa de mi abuela. No hay más.

         Deseaba tantas cosas que no tenía, pero no me había quedado más que esto.

         A las 7:45 el restaurant estaba vacío. La calle era transitada, pero nuestro local no atraía mucha gente por las noches. Estábamos preparándonos para cerrar y yo apenas había terminado con el piso. Tony me había animado con buena música. Me sentía más tranquila, pero no habían parado de fluir las lágrimas de mis ojos. Es por viejas nostalgias arraigadas, por recuerdos dolorosos, sueños rotos que pesan y se clavan en el alma. Por eso es que fluyo, no por debilidad, no por impotencia ni injusticia.

         Al terminar, me levanté entumida y me miré en el reflejo de uno de los cristales que cubrían la cafetería. Me veía fatal, peor de como había llegado por la mañana. Desgreñada, mojada del pantalón y el delantal, sucia toda mi ropa por el polvo del piso y con el maquillaje corrido hasta las mejillas. Parecía una niña que estuvo jugando en el parque. Me reí.

         En ese momento llegó Emily. Ella vivía a dos cuadras del trabajo- en una pensión para estudiantes de medicina- y a la salida solía pasar por mí para ir a cenas y que le ayudase con las tareas. Yo no sabía una mierda de medicina, pero era buena leyendo y redactando, y al menos le hacía menos pesado el trabajo y ella a mí me ayudaba a escapar un rato de casa.

Emily: ¿Lista?

Su: Ya casi, Fey está terminando de contar la registradora.

Emily: Bien. Quiero que me acompañes a comprar un vestido; el fin de semana se casa mi hermana.

Su: ¡Tienes un montón de vestidos!

Emily: ¡Pero todos son viejos! No es que no me gusten, pero ya los he usado todos.

         Me encogí de hombros, dándole la razón. No me había acercado mucho a ella, no quería que viera mi maquillaje corrido y se diera cuenta que había llorado. No quería darle más vueltas al tema, aunque Tony siguiera insistiendo en tenerme compasión.

         Estaba por marcharme al baño para lavarme, cuando la campanilla de la entrada tamborileó y la puerta se abrió y cerró con un estridente portazo. Me giré de inmediato, sobresaltada. Un hombre alto, en pans, entró deprisa y se sentó en la mesa más lejana del restaurant. Todos nos quedamos atónitos.

Tony: (suspiró) Alguien debería de decirle que ya vamos a cerrar.

Emily: (susurró) ¿Estás loco?, ¿no le ves las pintas que trae? Podría ser un loco borracho o drogado.

         Marie se acercó danzarina hasta nosotros, moviendo su rubia coleta alta, con su mirada azul divertida.

Marie: (susurró) ¿Qué hacen?

Emily: (susurró) Acaba de llegar un cliente y necesitamos decirle que se largue.

Marie: (susurró) ¿Puedo ir yo?- soltó una risita- parece muy guapo.

         Tony y Emily la miraron con una ceja alzada. Lo que Marie no tenía de cerebro, le sobraba de coqueta. Rodé los ojos, tomé un cuadernillo y me dirigí a la mesa. Emily me llamó a mis espaldas, pero hice oídos sordos. ¿Qué podía ser lo peor que podría hacer aquel sujeto? De cualquier modo, teníamos que sacarlo de alguna forma.

EL HOMBRE QUE DISIPÓ EL MIEDO DE SER © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora