Capítulo 42

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Me encontraba en un escaparate. A mi alrededor todo era gris, todo estaba en silencio y mantenía un ambiente polvoriento y descuidado. Tras de mí había una pared blanca, sucia y manchada por el paso del tiempo y la humedad. Frente a mí estaba el cristal que me mantenía alejada del mundo exterior, igualmente sucio. Dividía mi mundo del mundo real, atrapándome en un ambiente surreal, pesado y caótico, en el que me costaba trabajo catalogar las cosas, porque no había nadie que me enseñara a tener un criterio. ¿Cómo podía desarrollar un criterio si no tenía de dónde aprender las cosas?

         Así que allí estaba, atrapada y empolvándome con el paso de los años. No podía ver mi cuerpo, porque mi cuello estaba tieso, era inflexible, pero podía girar sobre mi mismo eje, observando siempre a la misma altura las cosas que me rodeaban. De vez en cuando había personas que transitaban frente al vitral que se encontraba frente a mí, creando gruesas capas de polvo por las que yo apenas era ya capaz de ver. El mundo exterior había perdido mucho color desde que llegué aquí, y con el tiempo había olvidado cómo era la luz brillante del sol y la frescura de la noche.

         A veces, las personas me miraban, me echaban un rápido vistazo y luego me ignoraban. A veces, me sonreían con malicia y trataban de romper el vidrio, pero al no lograrlo, simplemente se marchaban.

         Esta vez yo estaba mirando hacia la pared grisácea. Algo faltaba allí, había un hueco que repentinamente me causaba nostalgia, pero no podía recordar por qué. Así que, exhausta, volví a girarme de tal modo que quedé otra vez de frente al vitral. Entonces, del otro lado de éste, divisé una figura acercarse.

         Caminó con paso lúgubre hacia mí y se quedó de pie frente al escaparate. Me miró con unos profundos y serenos ojos negros, penetrando en lo más profundo de mi alma vacía, y tras él, las personas comenzaron a aglomerarse, a mascullar, a mirarlo con asombro, pero él solo me miraba a mí, contemplaba mi cuerpo inmóvil y escudriñaba mis ojos castaños con los suyos. Extendió una mano y la posó sobre el vidrio sucio, como queriendo alcanzar a tocarme de verdad, pero el vidrio se lo impidió por completo, y tras un suspiro, se encogió de hombros y se alejó lentamente, echando sus largas rastas castañas hacia el frente para cubrir su rostro de los espectadores que comenzaban a seguirlo en silencio y con cierto temor, alejándose de nuevo de mi escaparate.

         Entonces yo recordé súbitamente lo que hacía falta detrás de mí, que me había hecho sentir terriblemente vacía y desesperada.

-¡Jonathan!- grité, pero nadie me escuchó. Dudé que realmente hubiera emitido algún sonido, así que lo intenté de nuevo.

         Una y otra vez, grité hasta desgarrarme la garganta, pero mi voz solo fue un sonido difuso y fantasmal que se perdió en el aire sin lograr salir de mi escaparate.

         Entonces me di cuenta de que él nunca había pertenecido aquí dentro. Yo quería que él estuviera aquí... pero lo que tenía que hacer realmente era salir yo de aquí. Quería salir de aquí.

         Pero mi cuerpo, incapaz y sin fuerzas, no lograba moverse ni un centímetro.

-Jonathan...- repetía como un mantra, sin esperar ya que alguien me oyera.

         Ya no quería ese escaparate. Ya no quería ahogar mi llanto en la superficialidad de mi existencia. Ya no quería fingir. Ya no quería permanecer estática en un mismo lugar.

         Quería vivir.

         Por la mañana, cuando desperté, me quedé un largo rato pensando en ese sueño. Me recordó de inmediato a otro que había tenido hace tiempo, pero no lo recordaba bien. Luego de espabilarme un poco, recordé también la noche anterior.

EL HOMBRE QUE DISIPÓ EL MIEDO DE SER © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora