PRIMERA PARTE | Capítulo 1

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Aquella mañana tuve un sueño peculiar.

         Me encontraba en un escaparate, entre maniquís que exhibían prendas caras de moda. Miraba mi reflejo en el cristal que tenía enfrente y observaba mi rostro. Mi mirada era vacía, inexpresiva, totalmente ausente de emociones y sentimientos, como la cara de un maniquí. Sin embargo, mi cuerpo era perfecto, ni un solo gramo de grasa, ni una sola imperfección. Era largo y delgado y mi piel tenía un peculiar destello plateado. Después, cuando mire atreves de mi reflejo, descubrí cientos de miradas posadas sobre mí, de hombres y mujeres por igual. Me escrutaban, me recorrían completa y sus expresiones pasaban de la impresión al odio en cuestión de segundos. De pronto comenzaron a tocar el vidrio, intentando acercarse más a mí. Primero solo lo palparon, fingiendo que posaban sus manos sobre mí, luego comenzaron a rasguñarlo, y como aquello no servía de nada, empezaron a golpear el cristal, cada vez con más fuerza, con más furia, con más desesperación. Comenzaron a cuartear el cristal, y con cada golpe, un pedazo de vidrio saltaba sobre sus rostros y deformaba sus facciones, los convertía en monstruos, hambrientos de luz. Cuando el cristal estaba a punto de venirse abajo, comprendí que aquellos desesperados espectadores no buscaban alcanzarme a mí, sino a algo que se encontraba tras de mí. Alguien. Alguien que resplandecía, y que hacía que mi piel obtuviera ese increíble resplandor. Ese alguien observaba el tumulto desesperado por tocarlo, desesperado por quitarme de en medio. Sentía como temblaba, como se encogía y sollozaba con miedo. Los monstruos tiraron el vidrio, saltaron los pedazos de cristal y tiraron de mí, arrebatándome cada pedazo de piel plateada, destrozándome centímetro a centímetro. Pero lo único que realmente me dolió fue cuando comenzaron a tocar a ese alguien que se encontraba tras de mí, cuando comenzaron a acariciarlo, a besarlo, a desearlo tanto. Cada mano llevaba fuego en los dedos, y cada roce era una nueva y profunda quemadura, y yo sentía como si fuese mi propia piel. Y entonces, cuando la gente fue dejándome atrás, y se lanzaron sobre aquel ser, su luz se fue extinguiendo, y los pedazos de mi piel se fueron opacando, y todo se quedó en tinieblas, en perpetua oscuridad, y yo no podía moverme porque no era más que un maniquí despedazado y arrumbado en el suelo, sin visión, sin voz, sin voto. Solo pude escuchar el llanto amargo de aquel alguien, un llanto de hombre, un llanto de niño...

         Desperté sudando y con el corazón acelerado. Lo había sentido tan real. Pocos minutos después sonó el despertador y tuve que levantarme aun con sueño. Como de costumbre, maldije la alarma mientras pateaba las cobijas al suelo, maldije las mañanas y maldije el trabajo rutinario al que estaba forzada a asistir. Era un mal hábito, tendría que trabajar en él.

         Me encamine sin mucho entusiasmo hacia la ducha y me quede dormitando bajo el chorro de agua durante más de media hora. Seguía soñando con la presencia de luz a mis espaldas, con la desesperada gente que arremolinaba el aire por acercársele. Soñé hasta que el estruendoso toquido en la puerta del baño me devolvió a la realidad.

Xx: ¡Su! Apúrate a salir, que el agua no la regalan niña.

Su: Ya voy.

         Cerré las llaves a regañadientes y me enredé una toalla en el cuerpo. Salí del cuarto de baño y me posé frente al espejo para lavarme los dientes. Me miré. No me gustaba mirarme mucho tiempo. Era una persona muy simple, supongo. Ojos cafés, ni muy claros ni muy oscuros; cabello castaño a media espalda, ondulado, esponjado e imposible de manejar; piel clara, rosácea, que es terrible cuando me acaloro porque me vuelvo toda roja; cara ovalada; corpulenta, demasiado alta en comparación con las demás mujeres de mí entorno; realmente no era fea, pero no podía decir que fuera guapa, sobre todo por los horribles kilos de más que me cargaba.

         Suspiré y dejé de mirarme. Terminé de lavarme los dientes y salí del baño. De inmediato la penetrante mirada de mi tía me escrutó. Estaba molesta porque siempre me tardaba más de la cuenta en la ducha. Pero ella siempre estaba molesta. Todo el mundo siempre estaba de malas conmigo, como si todo lo que hiciera siempre estuviera mal. Pasé de ella y me dirigí a mi cuarto.

EL HOMBRE QUE DISIPÓ EL MIEDO DE SER © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora