40. ¿En verdad existes?

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—Por favor tranquilízate Elizabeth—me pide la doctora.

—¡cómo demonios quiere que me tranquilice! —grito hecha un manojos de nerviosos. —Ya vio mi piel no hay cicatrices, ¡No hay nada!

—Elizabeth—me llama con advertencia mi padre, tan tranquilo como siempre.

—¡¿me explicaran que demo...?!—dejo la pregunta al aire, respiro con profundidad para recuperar los estribos. —¿me pueden explicar que es lo que me sucede? —ruedo los ojos al ver de nuevo esa mirada cómplice en la doctora y mi padre.

—Veras, todo lo que has....

—Doctora—sentencia mi padre.

—Ella debe de saber.

—Aun no.

—Pero...

—Oigan sigo aquí—llamo su atención.

—Gracias por sus servicios, se puede retirar—me ignora mi padre y habla con la Doctora. Ella se traga las palabras que no puede pronunciar y se marcha ocultando su molestia

—Tú también te retiras—se digna en dirigirme la palabra pero ni siquiera alza su vista para verme solo se enfoca en unos documentos que aparecen. No me muevo. El alza su vista con fastidio.

—Lo que me está pasando está relacionado con mis padres biológicos, ¿no es así? —no dice nada. —No sé qué sucedió, si experimentaron conmigo, si fue un accidente, no lo sé pero lo sí sé es que algo me paso en ese laboratorio, algo en lo que ellos trabajaron y tu sabes algo. —nada. — Por favor. —le ruego.

Suspira—No sé lo que te está pasando.

—¿entonces conocías a mis padres biológicos?

—No—su tranquilidad y serenidad me sacan de quicio y azoto las manos en el escritorio con furia, me levanto del asiento y doy vueltas en por la habitación para recuperar la postura.

—¿entonces como tenias el medicamento? el medicamento que ya no tienen y que me ayudaba en esto —digo con rudeza.

—Por favor Elizabeth retírate —perpleja hago lo que me pide porque se que no me dira nada.

—¡es tan desquiciante! —tiro el dardo. —Retírate, Elizabeth—emito a mi padre para luego bufar con molestia. Lanzo otro dardo pero este no acierta ni siquiera está cerca de la diana. Me siento en el suelo cubriendo mi rostro con mi cara después miro alrededor y se me ocurre una idea.

El atico está repleto de cajas, donde deben de estar los planos de la casa y debe de ver planos del escondite, si encuentro los planos, encuentro la forma de entrar y salir de la oficina de mi padre sin ser vista. Reviso caja por caja si hay registro de que lo que estoy buscando pero no, así que al terminar de revisar el registro, reviso las cajas una por una.

Agotada de no encontrar nada me siento de nuevo en el suelo, estoy sudada, cansada y con sed y todo ha sido en vano. Me levanto para poner la diana y los dardos en su lugar pero al tener muchas cosas en la mano, no sostengo bien uno de los dardos y se me cae. Guardo primero las cosas que tengo en la mano porque sé que si me agacho a levantarlo se me caerá todo. Regreso a busca el dardo pero lo he perdido de vista. Me agacho para buscarlo mejor y al encontrarlo entre unos cuadros, estiro mi mano para alcanzarlo y al mover mi mano golpeo el cuadro haciendo que se vaya a un lado y caiga al suelo.

Guardo el dardo en la sudadera, levanto el cuadro del suelo y al caer en cuenta de lo que es una leve sonrisa de tristeza se plasma en mi cara en una fracción de segundos antes de desaparecer. Levanto la sabana del suelo y vuelvo a tapar el cuadro con ella pero caigo en cuenta que el cuadro se ha dañado con algo, hay una parte que se ha roto se ha desprendido, con mueca de espanto miro a mi alrededor con culpabilidad. Tapo con la sabana el cuadro muy bien para que no se den cuenta aunque pensándolo nadie se dará cuenta, mi padre nunca sube y estos cuadros han estado aquí desde hace cuatro años.

No Confies En NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora