11. Un largo viaje. Parte II

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Es tal como lo dibuje...el Parque Yuliscam.

—Sorpresa— dice escondiendo sus manos, algo avergonzado.

Yo solo puedo sonreír.

Más que parque parece más un bosque con árboles enormes y de diferentes tipos. Nos acercamos más a la entrada, una cerca de metal que los extremos la rodean de unas flores bellísimas de un color moradas y blancas.

Al estar más cerca nos damos cuenta que la rodea una cadena y un candado.

—Rayos—exclama Jay y forcejea un poco con el candado.

—Está cerrado—digo lo obvio— mejor hay que irnos— sugiero.

—vamos libby, no viajamos hasta aquí— y se aleja de la entrada,

Una parte de mí, no quiere entrar, tengo miedo...al fin mis sueños tienen algo de realidad y temo que hay detrás.

—Mira— me llama Jay.

Me acerco y me sorprendo verlo del otro lado.

— ¿Qué crees que haces? Eso es delito—advierto. 

— A veces hay que dejarse llevar— afirma adentrándose más al parque,

—¡Jay! —lo llamo en un susurro temiendo que alguien me escuche. Escucho el crujir de las hojas y sin pensarlo dos veces entro por la abertura de los barrotes.

Por dentro aun es más hermoso, tiene un piso gris casi se asemeja que está hecho de piedra, con jardineras a los costados y en el centro a juegos infantiles.

—Es muy bonito—dice Jay

—lo es—afirmo.

—llegue a venir una vez con mis padres cuando era muy pequeña—comento con nostalgia.

—¿tus padres biológicos? —lo volteo a ver—yo...

—No te preocupes, todo el mundo lo sabe— me encojó de hombros. No me sorprendo que ella mencionado a mis padres biológicos—intuyo bien al saber que los Mayer no me traerían a este lugar— recuerdo muy poco de mis padres biológicos a pesar de tener una edad para recordarlos pero yo no lo hago, me han dicho que mi cerebro reprime esos recuerdos en lo más recóndito de él, porque fueron tiempos difíciles para mí y que mi cerebro solo trata de protegerme.

—¿los extrañas? —pregunta con la mirada perdida como si estuviera acordándose de algo.

—Me gustaría hacerlo—respondo con nostalgia. —tengo muy vagos recuerdos de ellos pero nunca logro ver sus rostros. Son más de lugares lo que recuerdo. 

El ya no pregunta nada, lo cual agradezco.

Me siento en el pasto, mi cabeza comienza a dar vueltas y los recuerdos de aquel día que vine con mis papás llegan como un tsunami a mí.

Me recuesto.

Un día soleado, una pequeña niña ríe y vuela unos segundos cuando sus papas la elevan tomando sus manos cada uno de un lado, la luz del sol siega un poco y no se ven sus rostros.

Juegan, por un largo rato hasta que llegan a un enorme árbol, su mamá como si fuera una niña pequeña y se sube al árbol, y su papá le ayuda a subir a su pequeña hija junto a su madre.

Todo se vuelve confuso aquel hermoso recuerdo se va desvaneciendo como cuando te despiertan en la mejor parte de un sueño, pero esta vez es diferente.

Un hombre carga aquella niña en sus brazos como si fuera una esfera de cristal tan delicadamente. La recuesta junto aquel árbol que ella tanto adoraba, ella trata de hablar pero la voz no le sale, ve como el hombre se sube al árbol poniendo algo en lo más alto y recóndito de aquel árbol . Al bajar aquel hombre se aleja, la niña trata de llamar su atención, levantando la mano— es lo único que logra hacer, su cuerpo estaba muy débil para hacer más—pero él pasa de ella, abandonándola ahí a su suerte.

No Confies En NadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora