-¡Necesito una docena de cupcakes de arándanos!-
-¿Donde está el frosting para los pasteles?-
-¡Ten cuidado con ese fondant!-
Todo era un caos, pero en el buen sentido. Los reposteros estaban moviendose de un lado al otro en aquella gigantesca habitación. Cada uno se ocupaba de sus propios pedidos.
El primer grupo era el de los pasteleros, todos estaban reunidos en la parte del fondo, luego le seguían los chocolateros que estaban al otro extremo. Ya de ahí estaban los demás que se encargaban de otro tipo de postres, o simplemente de los adornos, fondant, los hornos, la decoración, hasta los que empaquetaban los pedidos.
Miércoles por la mañana y la pastelería "Sweetland" estaba por reventar con una cola fuera de su establecimiento. Dentro las personas compraban ya sea sus desayunos, café, o recogían sus pedidos, pero más que nada había gente nueva dispuesta a probar las delicias de una de las más prestigiosas pastelerías de San Francisco.
El olor a galletas, mezclado con el café recién hecho daba ese ambiente hogareño que caracterizaba a la tienda.
-Con permiso, permiso, uh... perdón.- una cabellera castaña tirando a rubio intentaba esquivar a las muchas personas que impedian su entrada a la primera planta del establecimiento.
Manos cubiertas con las mangas de su sudadera, sus preciosas cejas pobladas funcian el ceño y sostenía su celular en una mano y un vaso de jugo en la otra. Como pudo sostuvo su celular en su boca mientras se acercaba a la cerradura digital de la puerta, se quedó quieta por varios segundos con la mano entre los números de la cerradura que abrió al instante.
Suspiró dejando sus cosas en el escritorio, su bolso en el suelo y encendió la computadora de la oficina.
-¡Oh! ¿Ya estas aquí?-
Está asintió ahora poniendo toda su atención en el muchacho rubio que limpiaba sus manos con harina en su uniforme blanco.
-Si, en unos minutos atenderé los pedidos.- suspiró sentándose en su silla giratoria -ve a terminar el pedido de magdalenas para las diez.- sonrió.
-Entendido jefa.- antes de irse se acercó al escritorio y dejó una magdalena en el -tu desayuno. Nos vemos luego.- se despidió desapareciendo por la puerta.
La de cabellos cortos suspiró haciendo un ruido adorable mientras encendía el aire acondicionado y preparaba todo para los clientes que harían pedidos.
Como siempre, no tocaba las cosas con sus manos "desnudas" sino que siempre tenían que estar las mangas de su ropa de por medio, ya varias veces ha roto cosas por accidente, pero ya era un hábito.
Aquella muchacha que ordenaba esa adorable oficina era la dueña de Sweetland. Diseñadora gráfica de profesión pero heredó la pastelería de sus abuelos y ahora la estaba llevando a la cima en donde merece estar.
Los siete días a la semana, desde seis de la mañana hasta diez de la noche, trabajaba ayudando, supervisando, diseñando artes de la pastelería, y a veces horneando órdenes también.
Se podría decir que era su trabajo soñado, aunque un tanto complicado ya que a la hora de estar en la habitación en donde se preparan todas las delicias de la pastelería, habían cosas que ya habían sido tocadas por la mayoría de los trabajadores y ella odiaba tocar lo que otras personas ya lo habían hecho. Ese era uno de los motivos por los cuales ella no tocaba nada de aquel lugar.
Sarang Hawkins era alguien especial en muchos sentidos.
A simple vista una joven adulta normal, con una economía estable para su edad. Sus padres disfrutan de su matrimonio viajando, tiene seis hermanos, dos de ellos ya tienen hijos y están casados, y el resto pues... estudiando y en jardín de niños.
Se podría decir que todo marchaba bien... pero era un tanto complicado para ella más que nada.
-¡Sarang! ¿Estas ocupada?- una de las chicas que se encargaba de la caja registradora apareció en la oficina.
-Claro que no, ¿que necesitas?- preguntó con su tono de voz característico, uno suave y dulce.
-Verás... necesito que alguien me cubra hoy en la caja registradora en la tarde.-
-¿Cuanto tiempo?-
-Un par de horas nada más, por favor.-
-Bien. Procura llegar no muy tarde, ¿si?-
-¡Entendido! Muchísimas gracias, Sarang.- se acercó alegre a la castaña que por acto reflejo la esquivó cuando intentó tocarla -uh... lo olvidé. No tocar.- dijo lo que Sarang decía a menudo -lo siento, volveré al trabajo.- asintió para si misma regalándole una sonrisa antes de irse.
Sarang trataba de ser una jefa comprensiva. Porque su carácter no era duro, amaba escuchar a sus trabajadores e intentaba que ellos fueran felices y estuvieran lo más cómodos posible, eso es lo que los mantiene con ella cada año.
Todos conocen a la dulce jefa que tienen, alguien adorable, amante de lo estético, con un gusto por la pastelería enorme pero cuando se trata de comer algo dulce se empelaga al instante.
Puede no estar hecha para probar un sin fin de exquisiteces sin parar pero, esta hecha para prepararlos.
Definitivamente.
Aunque lo único que a todos dejaba con la intriga era aquel tema de no tocarla en el trabajo piel a piel (si la piel no está cubierta con algo al tocarla no está permitido), ni tocar sus cosas en su oficina, todo se regia por esa pequeña regla que sorprendente todos aceptaron.
Pero eso no quiere decir que no hayan rumores en la pastelería acerca de ese pequeño "problemita".
Era difícil de explicar, ya que de todos modos nadie podría creerle.
A partir de aquí comienza una historia emocionante, en donde ella descubre mucho más acerca de sus habilidades.
Esta es la historia de Sarang Hawkins.
Sarang significa amor.
Ella era la definición entera de aquella palabra. Ella era el amor en persona.
Aqui una introducción antes del capítulo uno. Espero puedan compartir esta historia con sus amigos si es que les gusta. Espero le den mucho amor.
❤️
Yoongicutiie.
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Sarang;; h.s ||1||
Fanfiction"En verdad lamento ser tan difícil." Todo fue un accidente. ||Primer libro de la serie "Serendipia."|| [Algunos errores ortográficos sin editar] [lenguaje explícito, violencia, etc.] [Actualizaciones lentas]