Capítulo 52: Viejos Reencuentros

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Todo eran risas durante la cena. Fran se había cambiado de ropa y Giotto le había ayudado a curar sus heridas.

Reborn miraba con diversión la escena, la mezcla de emociones en los ojos de Tsuna (entre el profundo amor y el claro odio que sentía a la vez por su hermano mientras se mantenía abrazado a Fran) era más que evidente y apostaría a que Giotto lo tenía más que claro, pero fingía no notarlo.

La paz terminó cuando el timbre sonó y Reborn percibió una presencia que hace mucho no aparecía por ese lugar.

Nana fue corriendo a la puerta y su exclamación llamó la atención de todo el mundo.

—¡Ara! ¡Hace mucho tiempo que no te veía aquí!

—Perdón por la intromisión.

La profunda, pero serena voz hizo que la expresión del matrimonio más joven cambiara por completo. Fran tenía una mezcla de sorpresa y confusión que no se molestó en ocultar, mientras Giotto tensó la mandíbula como si tuviera que reprimir sus emociones. Reborn sonrió diversión, quizá ocurriría algo divertido.

Por el comedor apareció un joven pelinegro de ojos rojos que utilizaba ropas a juego con el color de sus orbes, ropas que cualquiera reconocería como tradicionales chinas. La primera en reaccionar fue I-Pin.

—¡Maestro!

—Hola I-Pin —saludó el joven de vuelta con una sonrisa llena de amabilidad—. Muy buenas noches a todos —dijo haciendo un pequeño gesto con la cabeza.

—Fon-san, ¿qué te trae por aquí? —el siguiente en hablar fue Tsuna, y aunque el recién llegado respondió, se dirigió a otra persona.

—Supe que estabas en Japón, así que quise traerte tu regalo de cumpleaños en persona —dijo mirando a Fran.

Los ojos de Tsuna viajaron buscando una respuesta por parte de su hermano, pero Giotto no miraba a Fon, ni a Fran, sino a la nada.

  Fran le tomó la mano a Giotto quien volteó a verla y fue como si se comunicaran a pesar de no haber dicho nada. Ella le sonrió, se puso de pie y caminó hasta Fon para dirigirse ambos hacia la puerta de la casa.

—Eres un dame, Giotto —dijo Reborn con sorna.

—Reborn... —el tono que Iemitsu usó llamó la atención del pelinegro, el león estaba serio como pocas veces.

—Está bien, papá —dijo Giotto poniéndose de pie y yendo hacia las escaleras para dirigirse al segundo piso de la casa, dejando a Tsuna completamente confundido.

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—Han pasado muchos años —dijo ella estirándose cuando cruzaron la puerta de la casa.

—Todo tiene su tiempo y su lugar —respondió el pelinegro con tranquilidad.

—Siempre sabes que decir —dijo Fran sonriéndole.

—Ten —dijo estirando una bolsa hacia la chica, la cual procedió a echar un vistazo y remover un poco las cosas para observarlas todas.

—¿Lo bordaste tú? —preguntó tomando el cinturón negro el cuál tenía cuidadosamente bordado su nombre.

—No quedó tal cual como quería —dijo desviando la mirada.

Ella sonrió enternecida para luego acariciar suavemente el rostro del hombre con su mano, generando un gesto de sorpresa en él adornando sus mejillas con un ligero sonrojo.

—Muchas gracias.

—Siento lo de el joven Vongola —dijo el chino luego de carraspear y recuperando su compostura y paz habitual—. No quería ponerlo incómodo.

Pacta Sunt ServandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora