treinta

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Fin

Harry quería encontrar a sus amigos Erktanis; a Hayley y a Max. Quería asegurarse de que no habían matado a sus Repasi, y aprender sobre sus respectivas marcas. 

Cuando empezó a hablarme de esto, en seguida me acordé de un par de cosas.

—Harry, ¿por qué le pegaste a Zayn? —pregunté.

Harry se quedó estático, mirándome fijamente, en tensión.

—Estaba hablando mierdas —musitó—. Y fue él quien dio el primer puñetazo.

Fruncí el ceño.

—¿Y por qué no te has curado? Tampoco lo hiciste cuando te peleaste con el tipo que atropellamos.

Harry rodó los ojos.

—Le di una paliza —se aseguró de recordarme—. Y no, no puedo. Si alguien que es Erktanis o Breesaem, a excepción de Liam, me hace daño, no puedo curarme a mí mismo. Así que... ya ves —dijo mientras se señalaba su labio inferior hinchado.

—Qué adorable —alcé ambas cejas en su dirección. Su reacción fue fruncir los labios y sus cejas. Comencé a reírme de él—. ¿Tienes miedo de lo adorable, Harry?

—Sí. La razón principal por la que no duermo es porque cada vez que cierro los ojos, veo a gatitos intentando jugar con diminutos ovillos de lana —dijo, sonriéndome y tratando de alcanzar mi cintura. Me encantaba el hecho de que siempre se me acercara cuando estaba feliz, siempre quería cogerme cuando sonreía así.

—Qué horror, H —sonreí, pellizcándole la mejilla. Después, dejé la mano sobre su rostro. 

—En realidad, es una trágica historia. No podía mirar a la cara a ningún bebé ni a ningún cachorro hasta que me hice todo un hombre —suspiró.

—Ni siquiera tienes los veinte —aumenté mi sonrisa—. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—El uno de febrero —me confesó, sonriendo—. ¿Por qué?

—Porque eres viejo —arrugué la nariz.

Harry se rió de mí.

—Como si ahora eso te fuese a alejar de mí —sonrió con arrogancia. 

Suspiré. Él sabía que era verdad. 

Harry no paró de jugar con mis manos.

—Ahora mismo creo que no hay nada que pueda apagarme de ti —musité. Quería decir alejarme, pero había dicho “apagarme”. Y eso lo hizo sonreír ampliamente.

—¿Qué tal un mechero? —dijo, jugando con un mechón de mi enmarañado cabello. Oh Dios. Era tan inmaduro. Pero también hermoso y perfecto, y me gustaba bastante.

También me acordé de lo que había pasado antes de que lo vomitara todo por primera vez.

—Has cocinado —dije.

Harry se tensó, pero asintió despacio.

—Sí —afirmó—. Hice tortitas y tortilla. 

En mi rostro se formó una amplia sonrisa.

—¿Me has dejado alguna?

—Sí, pero no deberías estar hambrienta —frunció el ceño.

—Todavía quiero probar tu comida, Harry.

Harry puso los ojos en blanco, pero asintió y me guió hasta la cocina. Del frigorífico sacó un plato con tortitas y otro con tortilla, los calentó y me los ofreció.

Wicked |h.s| ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora