treinta y siete

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Encontrado.

Autumn se despertó y comenzó a vomitar a las 4:30am, para después lanzarme una mirada dolorida. Le di mi asentimiento y fui a cogerle algún analgésico de su cuarto de baño. Vi cómo ella se hacía con un paquete de chicles de su mesita de noche.

Después de ofrecerle las pastillas, me hizo señas para que me acercara y me sentara junto a ella, con el rostro pálido y un aspecto lamentable. Su cabello era un revoltijo y seguía siendo hermosa.

Me senté en su cama, nervioso. No sabía si ella se acordaba de lo que me había dicho. Probablemente, no. Se había emborrachado hasta perder la cordura. Yo no podía mentir cuando iba borracho; todo salía a la luz y era la cruda realidad.

—¿Por qué no te has acostado conmigo? —murmuró. Por un segundo, pensé que me lo estaba preguntando—. ¿Por qué no te aprovechaste de mí mientras estaba borracha y herida? —Pero sabía que ella sabía que yo nunca haría tal cosa.

—Pensé que tú no querías que lo hiciera —dije. Autumn se dio la vuelta, frunciendo los labios y cerrando los ojos mientras se rascaba la frente con la yema de sus dedos. Se quedó callada durante un minuto.

—¿Por qué demonios pensaste tal cosa? —murmuró.

—No sé —mentí. Porque temía que te dieras cuenta de que me dijiste que me querías y me rechazaras.

Autumn suspiró.

—Tú eres la única cosa de la que estoy segura que quiero en estos momentos —dijo lentamente, en voz baja. El corazón me dio un brinco al ver cómo se inclinaba hacia mi lado. Con gratitud, pasé un brazo por encima de sus hombros.

—¿Cuántas cosas recuerdas de lo ocurrido ayer? —pregunté.

Ella dejó escapar un notable gemido.

—Nada después de que me besaras. Aun así, lo de antes del beso, está algo borroso —murmuró. Me alegraba saber que eso era lo que mejor recordaba; no demasiado de lo ocurrido antes y nada de lo de después.

—¿Eso es todo?

—Sí —contestó—. Y luego, o me desmayé, o iba muy borracha como para acordarme de algo. ¿Qué fue lo que hice?

El corazón comenzó a martillearme con fuerza.

—Uh, te desmayaste.

—Oh.

—Sí.

—Gracias por cuidarme, H —murmuró.

—El gusto es mío —respondí, sonriendo mientras ella me agarraba del brazo para que la abrazara y pudiese acurrucarse a mi lado. Volvió a cerrar los ojos.

—Me duele tanto el corazón —musitó. Apoyé mi cabeza sobre la suya e intenté proveer su aura, pero ella no lo aceptaba. Nunca lo hacía. Ya no. Y yo no sabía el porqué.

Pronto volvió a quedarse durmiendo. La observé y la abracé mientras lo hacía, cómo poco a poco iba acomodándose entre mis brazos más y más. Finalmente, llevé mi cabeza hasta su cuello y lo acaricié con la nariz, soltando un suspiro.

—Me estás volviendo loco —susurré—. Eres tan preciosa, cariño. Dios, tan hermosa. ¿Qué me estás haciendo? Me haces que te quiera, me correspondes y después me rechazas. Eso me está volviendo loco. Y mierda, eres preciosa.

Ella no podía oírme. Sabía que no podía, estaba durmiendo. Pero si pudiese, no me importaría. Hoy ya le había dicho dos veces que la quería, mientras dormía, y en estos momentos me daba igual si ella lo escuchaba. Le diría que la quería un millón de veces, si supiera que no iba por ahí escupiendo palabras mientras iba borracha.

Wicked |h.s| ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora