tres || mentiras

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*TERCERA PARTE*

| Aquí comienza el maratón. Subo cada media hora. |

1/3

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—No vamos a fallar —dijo el entrenador Greene—. Este año vamos a ser campeones nacionales. ¿Por cuántos puntos perdimos el año pasado?

—Tres —repitió al unísono el equipo entero. El entrenador caminaba de un lado a otro bajo nuestra atenta mirada.

—¿Sucederá otra vez?

—No, señor —volvimos a decir todos juntos. Continuó escrutando cada una de nuestras expresiones.

—La competición es dentro de un mes. Estaré evaluando a cada uno durante las prácticas de hoy para ver quién se queda y quién se va. De los treinta que sois, solamente se marcharán diez, como ya sabéis. No os explotéis mucho hoy. Disparad normal. También voy a tener en cuenta la asistencia a las prácticas durante todo el año hasta la evaluación. ¡Comenzamos! —hizo sonar su silbato dos veces.

Todos comenzamos a coger nuestros arcos. Algunos de ellos eran prestados, aunque el mío lo había comprado hace un par de años. Algunos se quedaron encerando sus cuerdas pero yo caminé hacia la línea y dejé el arco sobre mis pies. La mayoría tenía los engranajes negros y las cuerdas en blanco y negro. El mío era negro con engranajes en ese mismo color y con las cuerdas en rojo y negro. Más oscuro, más dramático e intenso. La oscuridad no me asustaba. Me interesaba.

Las arañas sí que me asustaban. Los murciélagos también. Al igual que Harry y la extraña marca en mi muñeca. En general, hoy era uno de esos días a los que temía.

Intenté alejar todos esos pensamientos de mi cabeza e inspiré una profunda bocanada de aire, sujetándome el pelo en una coleta baja y colocándome en la línea de tiro de la primera distancia. Escuchamos el primer silbido, así que elevamos nuestros arcos y comenzamos a disparar. Dirigí una mano hacia el carcaj de mi espalda, cogí una flecha azul de metal, y la tensé en la cuerda. Eché hacia atrás la cuerda, llevándola hasta la altura de mi boca, concentrándome en el objetivo. Ahí era donde tenía que apuntar para que diese en la zona amarilla.

Con un ligero suspiro, liberé la cuerda de mi agarre y sonreí por inercia ante el sonido que hizo al dar en el objetivo; la zona amarilla, para mi alivio, y volví a coger otra flecha. Después de dos tiradas más, ambas en el centro de la diana, me di cuenta de algo a la hora de coger otra flecha. Mi muñeca. La marca.

La manga se me había subido un poco y ahora se podía ver con total claridad. El capullo estaba más abierto, a no ser que estuviera loca. Pero no había error alguno; se había hecho más grande. No la marca, su alrededor. Oscuras y frondosas vides se enredaban entre sí, enmarcando el pequeño y perceptible nacimiento. La flecha que sostenía se deslizó de entre mis manos y acabó cayendo fuera de la línea. Suspiré. Detrás de mí, escuché otro suspiro y el click de un bolígrafo. El entrenador Greene había apuntado algo en su libreta. Fruncí el ceño y tensé otra flecha, apuntando a la zona amarilla. Bingo.

Estaba contenta con mi resultado. Tres rojas, una blanca y doce amarillas. Hasta el momento había estado viniendo a todas las prácticas, por lo que seguro que tendría mi lugar garantizado en el equipo. Continué disparando otra hora más, hasta que fueron las 4:30 y tuve que regresar a casa.

Me deshice de la camiseta de manga larga y de los pantalones. Sentí cómo se me detuvo el corazón y me faltaba la respiración al contemplar mi reflejo en el espejo.

El nacimiento de la flor en mi muñeca se encontraba bordeado por oscuras y frondosas vides, enredándose en mi antebrazo. La cadera también estaba cubierta por vides pequeñas y negras; cuatro puntos individuales en un lado de ésta y a pocos centímetros de distancia. Cada uno de estos puntos se enrollaba alrededor de las mismas vides oscuras, las pequeñas flores brotando de éstas. Intenté mantener la calma, sin reaccionar de manera alarmante. Pero un estrangulador grito comenzó a ascender por mi garganta hasta liberarse a través de mi boca. Me dejé caer en el suelo, mientras numerosos sollozos se apiadaban de mi cuerpo.

Su tacto. Sus dedos habían estado en esos mismos lugares. Por eso ahora se hallaban allí. Estaba segura de eso, Harry no era un chico normal y corriente. Y solamente había quedado con él porque necesitaba respuestas.

Me vestí con unos pantalones ajustados oscuros, unas botas de cuero y una sudadera verde oliva. Me deshice de la coleta y retoqué un poco mi maquillaje en un intento de estar presentable. No quería que nada malo ocurriese en esa fiesta. Tan sólo pedía respuestas. Necesitaba saber qué estaba sucediendo.

Harry hizo acto de presencia a las 7:55.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —pregunté. Sus ojos descendieron a sus increíbles y largas piernas, para después encogerse de hombros. De su bolsillo extrajo un llavero y le dio vueltas con la ayuda de su dedo antes de atraparlo con la palma de la mano. Me percaté de cómo sus ojos recorrieron mi cuerpo entero, teniendo en cuenta mi apariencia. Sus dientes acabaron atrapando su labio inferior.

—Te ves sexy —me dijo. Mis mejillas enrojecieron, mientras fruncía el ceño y clavaba la mirada en el suelo.

—Entra un momento —dije, y lo agarré de la muñeca. Me sonrió y cerró la puerta tras de sí con la ayuda del pie. Inspiré aire profundamente y le mostré el aspecto actual de la marca en mi muñeca. La escrutó, asintiendo con la cabeza, casi como si estuviese preocupado. Después, me bajé un poco los pantalones y levanté la sudadera para enseñarle las vides en mi cadera. Volvió a asentir.

—¿Qué me estás haciendo? —mascullé—. ¿Qué está pasando?

—Dos respuestas distintas, Fall —dijo con una débil sonrisa tonta en sus labios—. ¿Qué te estoy haciendo? Bueno, eso es parte de un apartado de Biología del que estoy seguro que odias —lamió sus labios con malicia—. ¿Qué está pasando? Nada me parece anormal, excepto que estés de acuerdo en ir a la fiesta conmigo. Soy detestable, ¿recuerdas? —Respiré con fuerza. Detestable. Esa palabra le venía al pelo.

—No me toques —me quejé cuando intentó alcanzarme.

—Como quieras —sonrió, y retiró su mano—. Vamos. —Harry señaló con la cabeza en dirección a la puerta. Volví a sentirlo de nuevo, ese desafío en su voz. Él pensaba que no iría. Así que elevé la cabeza y caminé hacia la puerta con paso decido dejándolo atrás.

Conducía un Mustang, un Ford Mustang del 75 en color negro. Se veía a simple vista que lo amaba. Estaba tan trabajado que parecía casi nuevo, aunque tuviera alrededor de cincuenta años. Parecía sentirse extremadamente cómodo detrás del volante del coche, su cuerpo largo descansando sobre el asiento de piel.

Su mirada descendió hacia mi cuerpo después de unos minutos conduciendo.

—Parece que te estuviese llevando al matadero —se burló. Ese simple pensamiento me removió el estómago.

—No bromees con eso —le advertí. Harry comenzó a reírse, pero se contuvo las payasadas. Después de cinco minutos, comencé a preocuparme—. ¿Hacia dónde estamos yendo? Dijiste que quedaba cerca de mi casa —lo miré ceñuda. Harry asintió.

—Casi hemos llegado. ¿No confías en mí, Fall? —sonrió.

—Nunca he llegado a confiar tampoco en alguien.

Harry sacudió la cabeza y frunció los labios, aparcando en frente de un campo vacío. Aquí, en el gran estado de Montana, abundaban los campos. Aunque algo me advertía que debía tener cuidado con éste en especial. Desvié la mirada hacia Harry y enarqué una ceja. Su respuesta fue alzar ambas cejas, mientras una comisura de sus labios se extendía, y abría su puerta. «Sígueme, te desafío».

Yo también me puse en pie y salí del coche, corriendo para poder seguirle el paso.

—Más despacio —me quejé.

Harry me sonrió.

—Vamos, amor. Prepárate para el mejor momento de tu vida.

Wicked |h.s| ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora