LVI

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Taylor

—¿Y de quién es la exposición?

Preguntó mientras nos paseábamos entre cuadros con tanta gente a nuestro alrededor.

—De varios come-pintura-amarilla

Respondí riendo levemente por mi propio comentario, ella me miró extraño, tenía una mueca en los labios, como si no supiera si reír o no.

—Sinceramente no entendí

—Sabes a qué me refiero, pero creo que lo has olvidado

—No, no lo sé

Dijo parándose frente a una pintura de impresionismo.

—Quién te manda a estudiar administración

—Disculpa por no tener espíritu artístico como tú y Elizabeth

La observé un instante, miré la pintura y dije convencida:

—Sí sabes

—¿Acaso tú eres uno de ellos? ¿Y luego qué? ¿Te cortarás una oreja?

La miré de soslayo y ella a mí.

—A pesar de todo no me gusta la pintura amarilla

Ambas sonreímos.

La música sonaba suavemente y había mucha gente "elegante" por todos lados, bebiendo champán, riendo y conversando entre sí, en lugar de ver la exposición.

—Hay muchas personas que asisten a eventos así para socializar y no para apreciar el trabajo de los artistas

—Nosotros ya vimos todo

—No, falta que veas algo

La llevé conmigo por los pasillos, tomamos unas copas de brandy de un camarero que pasaba por ahí y salimos al jardín.

—No sé cómo es que antes no vinimos a éste museo, es hermoso

—Ahora lo es más con tu presencia

—Eres un amor

Apretó mi mejilla sonriendo, después le dió un trago al brandy, tosió e hizo un gesto gracioso.

—Esto es muy fuerte

—No lo bebas

—Que esté fuerte no quiere decir que no lo beberé

Bebimos y hablamos un poco, el cielo estaba lleno de estrellas.

—Gracias por invitarme, Taylor. Me gustó mucho, el ambiente, la música, el trabajo de los come-pintura-amarilla jaja. Y sobre todo estar contigo

Tomó mi vaso y le dió un trago, se lo quité.

—Ya fue suficiente, vamos a cenar y luego vamos a casa

—Me gusta cómo suena "vamos a casa". Me haces sentir parte de ella

Sonreí.

—Mi casa es donde estés tú

Tomé su mano para por fin irnos.

—Dame las llaves del coche, conduciré yo

Nos detuvimos frente a su auto, me observó detenidamente, preocupada.

—¿Segura?

—Estoy segura

—No conduces desde...

—Lo sé, pero tampoco dejaré que conduzcas así

—Está bien

De mala gana me dió la llave del carro.
Estaba nerviosa, sí; tenía miedo, también. Pero al final me sentí segura cuando su voz disipó mis pensamientos.
Comimos hamburguesas, porque era lo que ella quería comer, el efecto del alcohol desapareció por completo. Hablamos por un largo tiempo, una frente a la otra, reíamos por las ocurrencias de cada una.
Sacó su teléfono y nos inmortalizó en una foto.

The Gryffin's SinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora