Epílogo.

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Varios años después...

A mi alrededor solo sentía una inmensa tristeza, rabia y enfado por lo que había ocurrido. Cuando me llamaron para explicarme lo que había sucedido en lo único que podía pensar era en por qué la vida era tan injusta. Por qué sucedía esto. Después de colgar la llamada lo empecé a ver todo negro, no me podía creer lo injusta que era la vida. Me acuclillé para dejar de sentir el dolor y la opresión que sentía en el pecho. Pero por mucho que me pusiera así, nada podía cambiar, era decisión de la vida y no mía. Ojalá pudiera cambiarlo, de haberlo sabido habría entregado mi vida al diablo. Permanecí en el suelo por mucho tiempo, no quería seguir viviendo, no lo podía soportar. El dolor que abarcaba en mi pecho no me dejaba casi respirar y el aire en mis pulmones se sentía como si no llegara. Lágrimas incontrolables no paraban de salir de mis ojos. Deseaba que lo que había sucedido hace unos minutos fuera una pesadilla.

Después de un rato empezaban a dolerme las piernas, no sé cuánto tiempo había pasado y sinceramente me importaba una mierda. Solo quería desaparecer, que la tierra me tragase. No quería creer lo que estaba sucediendo, si lo hacía me volvería loca. No podía ser, no me podía estar pasando esto a mí. Quería quedarme en esta posición para siempre y dejar que el dolor me consumiera, pero una vez más Dios no escuchaba mis plegarias.

— Princesita... yo... lo siento mucho, lo siento tanto... -no respondí no quería responder, no tenía fuerzas para realizar nada, solo quería quedarme así. — Ven aquí, mi niña... - no sabía en qué momento se había acercado, tal vez ya estaba cerca, me daba igual. Sentí sus grandes y fuertes brazos alrededor de mis hombros y sentía que me desvanecía. Me acuerdo que agarré con mis flacuchos y débiles brazos su fuerte y voluminoso cuello. Sentía que no podía regular mis emociones correctamente. Sentía algo dentro de mí diferente, me sentía estallar en cualquier momento o a lo mejor ya lo había hecho. No sabía cuánto tiempo había pasado solo sabía que él no me había soltado hasta que me había calmado. Me miraba angustiado sin saber qué hacer o qué decir. Yo ante estas situaciones me pasaba igual, así que le entendía. Me había levantado la barbilla con su suave mano para mirarme y así saber si me encontraba bien, pero en mi cara estaba segura que no había ningún indicio de que estaba bien ya que él me había dado una mirada cargada de preocupación y con la voz llena de emociones retenidas me había dicho: — Sé que no quieres ir, pero debemos ir.

Asentí, porque por mucho que me doliera, tenía que ir. No podía hacerle esto a él, no con lo que había pasado. Nos levantamos y fuimos a por la moto. Ni siquiera discutí con él sobre cambiar la moto por un coche, porque no tenía fuerzas, solo quería meterme en la cama y pensar que todo había sido un mal sueño. Tenía la esperanza de despertar y que todo hubiera sido una pesadilla. Pero sabía que no lo era y eso me estaba matando, me estaba sumiendo en una profunda tristeza.

Ojalá fuera un sueño y poder estar bailando la Macarena en una playa del Caribe.

Fuimos al hospital y ver a Owen en tal mal estado, me hacía sentir peor. Tenía los brazos levantados por las escayolas y un nudo se extendió por mi estómago al ver cómo sonreía o por lo menos lo intentaba. Me desesperaba ver esa mueca en su cara. Pero sabía que lo hacía para no morirse por dentro, no quería que nos preocupáramos por él. Estaba segura de que se sentía muy culpable, aunque él no tenía la culpa, fue una circunstancia del destino. Fui hasta donde estaba él y le toqué la cara tan delicadamente como si tuviera miedo de que se fuera a romper en cuestión de segundos. Con la voz rota y cargada de una profunda tristeza dije: — No fue tu culpa. Lo sabes, ¿verdad?

Él me miró, pero su mirada estaba perdida, no me estaba mirando a mí, estaba perdido en algún lugar de su mente. Me sentía enrabiada con el destino, con el karma. No sabía si existía algún Dios, pero en esos momentos lo odiaba. Lo odiaba con toda mi alma. — Es mi culpa, si no hubiera hecho el gilipollas con el coche, nada habría pasado. Todo es mi maldita culpa. Yo soy el culpable joder.

Casada con mi CrushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora