Extra 2

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La verdad sobre mí.

Pov's Arlet.

⚠️ Advertencia: Este capítulo contiene escenas fuertes. ⚠️

Mi infancia, la recuerdo feliz. Mi papá y mi mamá eran muy felices o eso me imaginaba yo. Era una niña con dos coletitas rubias que su madre siempre le ponía. Y ¿quién no ha llevado alguna vez esas coletitas?

Cuando entré a primaria, se notó un gran distanciamiento entre mis papás, lo intentaban ocultar, pero yo sentía la incomodidad entre ambos cuando lo hacían. Era muy pequeña para preguntarme los motivos por los que actuaban así, solo pensaba que lo iban a solucionar. Que gran error el mío, pensar así.

Llegué a la adolescencia. Como sabrá mucha gente, en esta etapa, nos volvemos rebeldes y nos creemos poderosos, pero mi adolescencia no fue para nada así. Salía del instituto, entraba en casa y lo primero que oía eran los gritos de mis papás. Yo solo me encerraba en mi habitación, con el único deseo de que dejaran de gritar pronto. Ya había perdido la esperanza de que dejaran de gritarse. No me acordaba cuando había sido la última vez que nos habíamos puesto a comer felices. Añoraba tanto esas épocas. Solo esperaba a que dejaran de gritar, veinte minutos después salía para hacerme algo de comer. Tuve que aprender a cocinar, porque a pesar de que mi madre estaba en casa, no hacía nada. Yo era la que limpiaba, lavaba... y pobre de mí si no lo hacía. Era como si no se acordaran de que tenían una hija, sobre todo mi madre. Con mi madre era muy peliagudo lidiar, porque no me dejaba explicarme, lo único que hacía era gritarme y más de una vez me había levantado la mano. En cambio mi padre era como el guerrero, era un ángel de luz. Pensé que siempre iba estar. Que ilusa era.

Un día llegué del instituto y no escuché gritos, mi corazón se aceleró con felicidad y nerviosismo, ¿qué podría haber pasado? Entré en casa con una sonrisa, pero esta se borró en cuanto miré a mi madre en el suelo, llorando. Recuerdo que corrí hacia ella para consolarla y lo primero que me dijo fue: "Ha sido tú culpa, por tu culpa se ha ido." Mi mundo en el momento que dijo esas palabras se paró. Mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo que había escuchado. Incluso pensé que había escuchado mal. No podía ser. Él no podía haberme hecho esto. No me podía creer que me hubiera dejado sola con ella. Ella era un monstruo siempre conmigo. Me decía siempre cosas horribles. Gracias a mi padre supe el porqué de sus palabras. Ella no me quería. Ella quería abortarme. No fui deseada. Pero aún así mis abuelos la obligaron a tenerme. Me pareció tan injusto. Yo no me merecía ese odio por parte de mi progenitora, algunas veces solo deseaba dejar de existir. Ya no sería una carga para nadie. Pero no lo hacía por mi papá. Pero él también me había abandonado. Me había dejado sola con el lobo.

Recuerdo que después de varios días tras su confesión, tuve una gran pelea con ella, estaba harta de cómo se comportaba conmigo, no me merecía esto y se lo hice saber. Ella solo me gritaba que me callara y que me odiaba, pero no me callé hasta que se lo conté todo. Ojalá le hubiera hecho caso. Debería haberme callado. Tras decirle todo lo que sentía, ella lo primero que hizo fue soltarme un bofetón tan fuerte que me caí al suelo. Lo veía todo borroso, pero recuerdo perfectamente el dolor que sentí en mi cabello, cuando ella me lo agarró. Me llevó a una habitación y ató mis tobillos y mis muñecas para que no me pudiera mover. Recuerdo que grité y me revolví, pero no era capaz de sacarme las cadenas. Me dejó ahí por una semana. Las persianas estaban bajadas, así que solo podía ver por la rendija de la puerta la luz del pasillo, cuando ella pasaba.

Me sentía furiosa. Quería matarla. Quería matar a mi propia madre, no sabía si era correcto o no, pero en estos momentos así lo sentía. Como había dicho, me dejó durante una semana ahí. Sin comida y sin agua, conviviendo con mis excrementos y con mi orina. Me sentía asqueada y lo peor era que no podía vomitar, porque si no también tendría ese olor llegando a mi nariz. Ella me llevó agua y comida, pero cuando le pedí una y otra vez que me dejara marchar, que nadie iba a saber lo que había ocurrido se hacía la sorda. Recuerdo el grado de ansiedad que tenía cuando ella cerraba la puerta y me dejaba ahí tirada. Me preguntaba si mis amigos me buscarían, si Matt me buscaría. Solo rezaba para que alguien me ayudara. Intenté deshacerme de las cadenas, pero no podía. Cada día que pasaba sentía que mi cordura se perdía cada vez más.

Casada con mi CrushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora