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1929

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Me siento totalmente devastada.
No podría soportar ni un minuto más.
Corrí a los brazos de la entristecida madre que me veía desde la estancia, me enrolló en sus decaídos y débiles brazos que me estrujaron con la poca fuerza que le quedaban y sus lágrimas comenzaron a empapar mi ropa lentamente, como yo lo hacía con ella.

Le di un beso en la mejilla para finalizar, tratando de recordar absolutamente todo de ella: su aroma, su textura, su calidez, su hermosa alma que emanaba belleza desde cada ángulo de su rostro tan lindo e inocente, inclusive puro.

Nunca había imaginado que las despedidas fueran tan dolorosas, mucho menos rápidas. Toda la vida estuve llena de despojos y de perdidas tan difíciles, que nunca creí que esta despedida fuera a afectarme en lo más mínimo. Cómo dije, ya estaba
Acostumbrada.

Me aleje de la mujer quién no podía contenerse más. Toda su tristeza tenía que sacarla justo en el momento de mi partida.
Nuestros ojos se encontraron por última vez, con ese brillo apagado que luchamos por mantener.
—Cuídate mucho, mi amor — chilló con la voz entrecortada, y limpió su rostro con sus manos antes de continuar—. Sabes que te amo mucho, igual que tu padre — finalizó la mujer.
—Lo se mamá, nunca los olvidaré. Lo prometo — finalice.
Aún con el nudo en la garganta, esbozo una sonrisa de lo más alegre que en el momento pude ofrecerle y con solo dos parpadeos, me gire y comencé a caminar alejándome de ella.

Por mi cabeza no pasaba nada más que mi familia, ¿Qué pasará ahora que ya no estaré más con ellos?
¿Qué harán ahora para sobrevivir ellos solos? Eso me angustia, pero a final de cuentas no había nada que pudiera ayudarme a evitar el futuro que me esperaba.

Desde que la guerra finalizo (1914-1918) en mi país. Todo se había visto muy afectado por las catástrofes y eventos que habían transcurrido anteriormente.
Mis padres y mi familia habíamos perdido absolutamente todas nuestras pertenencias de valor, como la vida cómoda y de riqueza que mis padres tenían cuando yo a penas era una bebé.
Día tras día con suerte podíamos conseguir algo de dinero para comer, teníamos vivienda, pero no en las condiciones establecidas para que pudiera seguir viviendo con mis padres. El gobierno me obligó a hacer un exilio de mi familia, y hace dos semanas me encontraron una nueva familia con la que pasaría el resto de mis días, o hasta que cumpliera la mayoría de edad y pudiera elegir el rumbo de mi destino (y no faltaba mucho para cumplir mi mayoría edad) aunque también, tenía la esperanza de que la situación económica de mis padres mejorará, y pudiera regresar con ellos lo antes posible.

Justo ahora me dirijo al sur de Suecia, a Linköping, un municipio de aproximadamente 100 mil habitantes.
Un lugar totalmente diferente a lo que acostumbraba en mi cuidad natal, o eso era de lo que todo el mundo me hablaba.

Aquí, por lo general había calor casi todo el año, a veces un clima templado a principios del otoño y fríos no tan extremos en invierno.
Y ahora me dirigía a una cuidad dónde las temperaturas en su mayoría del año son bajas, sol en épocas específicas, Y dejando de lado que también ese país era un poco más poderoso al mío en la actualidad.

Lo poco que había escuchado de las autoridades que me hablaron sobre la familia que me recibiría, era que ellos forman parte de una de las familias más poderosas y ricas de Linköping, como de toda Suecia, su apellido era reconocido entre los habitantes de la ciudad, considerando que uno de los miembros de la familia era la famosa violinista Avelinda Nörd.
No me sentía sorprendida en absoluto, de hecho me hacía sentir abrumada, tener que cargar con el peso de una familia famosa me hace imaginar que tengo que esforzarme por mantener la buena reputación de la familia Forge; Adaptarme a todas sus costumbres y ritos familiares, y quizá debería de cambiar un poco mi forma de vestir para poder causar una buena impresión, pero, al venir de una familia que andaba merodeando por las calles en busca de comida o dinero, era más fácil usar mis cómodos y algo viejos pantalones de flequillo color azul marino y mi camisa color ocre, o a veces en escala de grises.

Subí finalmente al tren al cual le faltaban unos cuantos minutos para partir, tome mi asiento ubicado por uno de los maquinistas que iba pasando.
La familia Forge se esmero demasiado en que mi viaje fuera de lo más placentero, así que iba en el mejor asiento reservado de la primera clase. Nunca había viajado en primera clase, es más, nunca me había subido a un tren desde que tengo memoria.

Me sentía aterrada.
Ni siquiera tenía mi valija a mi alcance para distraerme con algunos de mis libros que empaque antes de salir de mi casa, al igual que las viejas fotos de mi madre, de mi hermano y de mi padre.
Solo me resigne a mirar por la ventana y tratar de ver todo el recorrido que tenía por delante hacia Suecia.

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