El Ministro y el General

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Verónica había atraído como cada mañana a su hijo a ayudarla con los preparativos de la fiesta familiar, aunque Jasón sabía perfectamente que era un truco para pasar tiempo con él y lo apreciaba. A veces su madre solo lo llevaba a comer para "probar posibles menús" por si acaso deseaban cambiarlo de último minuto, veían centros de mesa, vajillas, en ocasiones solo quería ir de compras y escoger la ropa adecuada. Pero esa mañana estaba algo distraída.

Poco sabía Jasón con su altísimo coeficiente intelectual, que en realidad la trampa no era para él si no para su guardaespaldas y que esa mañana en especial había algo más en la cabeza de su madre. Era solo que no podía darse el lujo de cancelar la cita con su hijo o este inevitablemente sospecharía.

Víctor que aun no había tenido la oportunidad de hablar con Verónica acerca de su último descubrimiento, estaba bastante entretenido pasando su tiempo con el encantador y evasivo Pablo en el estacionamiento de la casa Lakis.

—Deja de mirarme— pablo gruño recargado en el auto de su jefe mientras Víctor se mantenía a poco centímetros de él, apoyando su costado en el auto mirándolo descaradamente con aquella petulante sonrisa que aborrecía.

—¿cuál es el problema cariño? ¿Te pongo nervioso?— pregunto cruzando los brazos y sonriendo— eres bastante sexy cuando frunces el ceño ¿ya te lo había dicho?— pregunto inclinándose ligeramente hacia el chico.

—no me provoques, Víctor. Que no te haya roto la cara aun es solo por respeto a la señora, pero vas a cansarme un día de estos— le regaño, aunque Víctor no parecía estarlo escuchando. Parecía fascinado con algún punto en su cabello.

—eres realmente aficionado al cabello corto ¿no? En todos estos años jamás he visto que te cubra un centímetro de las orejas. ¿Es cuestión de tu entrenamiento militar?— pregunto interesado y a Pablo le sulfuro que no le tomara en serio.

—¡vete al infierno!— gruño y volvió la mirada al frente decidido a ignorarlo. Pero cuando Víctor se acerco y comenzó a susurrarle al oído le fue difícil hacerlo.

—¿Qué tal si vamos juntos, cariño?— pregunto tan cerca que sus labios casi rosaban sus orejas— te mostrare el placer del más básico de los pecados...y ansiaras labrar tu camino al infierno de la lujuria— sonrió, aunque apenas había acabado de hablar cuando sintió que el chiquillo media cabeza menor que él lo forzaba contra el capo del auto y le torcía el brazo contra su espalda.

—¡de...deja de molestarme!— exigió ligeramente agitado. Aunque casi enseguida se asusto de sus propios actos y soltó el brazo de Víctor—. Te advertí que me dejaras en paz— se excuso.

—bueno...— Víctor soltó una risita divertida enderezándose y masajeándose la muñeca que había sido sometida— al menos ahora sé que te gusta rudo— le miro significativamente y Pablo apretó los labios.

—Víctor... ¿Por qué no me dejas en paz? Ya te dije que no me gustan los hombres...— se lamento.

—lo sé—. Víctor camino hacia el, hasta estar a medio paso de su presa y sonrió— se que no te gustan los hombres— aseguro sujetándolo por la cintura y pegándolo a su cuerpo— pero también sé, que estás loco por mi— le susurro y antes de que Pablo pudiese reaccionar se inclino y tomo el labio inferior ajeno entre sus dientes y jalo para después lamer. Pablo lo quiso empujar pero no ejerció mucha fuerza y Víctor lo mantuvo en su sitio fácilmente. Se inclino nuevamente a su oreja y mordió el lóbulo lentamente— se que te sonrojas cuando me acerco, que tu corazón se acelera cuando escuchas mi voz y tus orejas siempre están rojas cuando estoy cerca— le susurro y Pablo se quedo callado con las manos contra el torso de Víctor. Aunque el mayor era mas alto, el sin duda era más fuerte y estaba entrenado.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora