Capítulo 8

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Dedicado a KeyTerrazas

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Dedicado a KeyTerrazas

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—En serio lo siento, Jojo, ayer tuve un día difícil —dije y abracé mi almohada con fuerza.

Estaba tendida de lado en mi cama sin ganas de levantarme.

La terapia con Melissa el día anterior había sido un desastre. Me hizo recordar momentos dolorosos y aterradores. Luego me sentí tan agobiada y confundida que terminé encerrándome en la habitación y gritándole a Jojo, que solo estaba preocupada por mí. Ni siquiera fui a encontrarme con Jimmy o a cenar.

No quería volver a intentar algo así jamás, prefería vivir con mi miedo.

—Descuida —respondió—, imagino que no te sentías bien. Tú no eres así, pensé que estabas en tus días, yo me pongo irritable. Este lugar no ayuda mucho, a veces me siento encerrada. ¿No te pasa que quisieras salir y escaparte un rato? Deberíamos pensarlo. ¿Sabes si hay forma de escapar de aquí? Quizás por el jardín trasero... En fin, te comprendo. Me extrañó tu reacción.

Ella era increíble. Cualquier otra persona en su lugar me odiaría por mi comportamiento. Sin embargo, estaba tan sonriente como siempre e incluso tratando de consolarme.

—Cierto. Es que... la consulta con Melissa no fue lo que esperaba, me hizo sentir terrible. Tú no tienes culpa de nada y te traté mal, ¿me perdonas?

—¡Claro que te perdono! —exclamó—. Todos tenemos días malos, y así cuando yo tenga uno me tienes que soportar. Además, sé que puedo ser un poquitín insistente.

Ambas sonreímos. Ciertamente lo era, pero sus virtudes lo compensaban.

—Melissa no me agrada, me dice cosas raras. Quisiera cambiar de psiquiatra. No se puede, Stella me lo dijo, es el que te asignen. Seguro te dijo algo desagradable que te hizo sentir mal. Los amigos siempre son una opción mejor. Si quieres hablar, cuenta conmigo. Desahogarse es saludable, puedes contarme lo que sea. Mis amigos dicen que soy buena escuchando y guardando secretos. Todos tenemos secretos, supongo qu—

—Lo sé —la interrumpí—, gracias. Es que aún no me siento bien para hablar de eso.

No dudaba que fuera buena guardando secretos, el problema era lograr contárselos. No paraba de hablar ni un segundo.

—De acuerdo, entiendo. Cuando te sientas lista aquí me tienes, no pienso irme a ningún lugar. A menos que me hagan un traslado, pero ya me estoy acostumbrando. Me gusta estar aquí y me gusta ser tu compañera. Bueno, vamos a vestirnos.

Ese era mi primer sábado en la clínica.

Nunca había asistido a la escuela un fin de semana, esa era una más en la larga lista de novedades en mi vida. No teníamos clases, eran actividades extras a las que no podíamos faltar, como una tediosa charla de autoayuda. ¿A quién cuerdo podía ocurrírsele semejante estupidez? Si pudiéramos ayudarnos a nosotros mismos no hubiéramos sido internados, en primer lugar.

La chica de las mil estrellas (Serendipia) © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora