Capítulo 36

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Dedicado a JMikeWazowski

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Dedicado a JMikeWazowski

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Al escuchar sus palabras, sentí como si mi alma abandonara mi cuerpo y se marchara caminando tras él. Todo eso tenía que ser un sueño, Jimmy no podía haber terminado conmigo, ¿o sí?

Ahogué mis sollozos con mis manos y me repetí a mí misma que esa era solo su manera de ocultar lo que sentía; que estaba desesperado y que no sabía lidiar con todo lo que estaba ocurriendo.

Pero la frialdad con la que me habían mirado sus ojos azules era paralizante.

Tenía que hacer algo al respecto. No podía quedarme de manos cruzadas. Sabía que él estaba en un error, e iba a demostrárselo. Suspiré profundo y corrí escaleras arriba hacia mi cuarto. Saqué uno de mis cajones y lo vacié sobre mi cama. Eso tenía que estar en algún lugar. Rebusqué entre todas mis cosas con desesperación hasta que encontré lo que buscaba.

Sabía bien hacia dónde había ido: al lugar donde siempre iba cada vez que se sentía mal; donde me había llevado la primera vez que las cosas se habían salido de control conmigo en la clínica; donde habíamos comenzado a enamorarnos y me había besado por primera vez.

Él estaba en nuestro árbol, así que me dirigí hacia allí.

¿Cómo podía terminarlo todo y luego sentarse en ese sitio? Eso demostraba que yo tenía razón.

Cuando me acerqué, trató —sin éxito alguno— de secar su rostro lleno de lágrimas. Me senté a su lado en silencio y sin mirarlo. Sostuve mis rodillas contra mi pecho mientras él mantenía la mirada fija al frente. El invierno estaba por terminar, pero ese rincón del jardín se sintió más frío que nunca para mí.

Le extendí la mano y abrí mi puño para que viera su contenido. Por un segundo, me pareció ver en sus ojos a mi chico de siempre. Sabía que estaba ahí, en algún lugar dentro de esa armadura de hielo.

—Es tu estrella para mí, ¿recuerdas? —dije, intentando que mi voz no fallara—. Me la dibujaste para que pensara en ti todo el tiempo.

—No sabía que aún la tenías —respondió muy bajo y en un tono de voz un poco ronco.

Tomó la estrellita de yeso y la sostuvo en su mano. La observó fijamente.

—Me dijiste que ni todas las paredes de este lugar serían suficientes para dibujar estrellas para mí.

Se me escapó un sollozo al recordar esa tarde. Tomé una gran bocanada de aire para recomponerme. Sostuve una de sus manos y la coloqué en el tronco del árbol, que estaba a pocos centímetros detrás de nosotros.

—Siéntelo.

Me miró a los ojos. Estaba sorprendido.

—Eso fue lo que me dijiste la primera vez que me trajiste aquí y me mostraste este árbol, ¿recuerdas? Ese día me devolviste la esperanza, Jim Thomas. Me hiciste ver que no todo estaba acabado y que, aunque mi vida no volvería a ser como antes, no tenía por qué ser miserable y triste.

La chica de las mil estrellas (Serendipia) © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora