40. Los Elementos

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Pablo

La verdad es que apenas teníamos trabajo. Entre los miles de Laelaps y Espíritus, pocos Demonios alcanzaban realmente la terraza y los que lo hacían eran derribados por Otrera y Hércules o por los hijos de los Dioses.

Me encontraba sentado con el resto de los heridos y, viendo que la situación no era tan extrema, Némesis se unió a mi. Me había vendado hace minutos, sin embargo revisó mis heridas de nuevo, su ceño fruncido por la preocupación.

Némesis poseía, además de su capacidad de teletransportarse, poderes de flexibilidad, sin embargo nunca la había visto usarlos. Intenté preguntarle sobre ello pero cada vez que lo mencionaba simplemente se negaba a tratar el asunto o lo evadía. Siempre se sujetaba el cabello en una trenza cosida, sin embargo ahora estaba medio deshecha debido a la batalla, mechones castaños pegados a su piel oliva debido a la transpiración de la batalla.

Estaba en su peor estado: sucia, transpirada, despeinada y agotada, sin embargo lucía tan hermosa como siempre, ¿Cómo era eso posible? Yo debía verme como un monstruo a su lado. Sus ojos marrones encontraron los míos y su gesto preocupado cambió a una curiosidad divertida.

¿Qué tanto me observas? Pregunta dejando mis vendas para señalizar con sus manos. Sonrío, nervioso y me paso una mano por el cabello para peinarlo un poco. Sus ojos viajan de mi cabello a mi rostro mientras lo hago, su sonrisa ensanchándose. Parecía completamente ajena a la batalla.

-Nada- murmuro, nervioso y bajo la cabeza para observar mis manos llenas de cicatrices. Némesis se inclina hacia mí para encontrar mi rostro, su sonrisa aún permanecía. Me incorporo y la miro- ¿Qué?

Némesis se muerde el labio y ríe, sorprendiéndome.

Estaba tan distraído observándola que no noté un demonio saltando directo hacia nosotros. Solo llego a ver su rostro alegre transformarse en una mueca de horror. Némesis se abalanza sobre mí y me rodea con su cuerpo, en un instante aparecemos a unos metros y el Demonio se estrella contra el suelo dándole tiempo a Levi para atravesarlo con una daga.

-Eso estuvo cerca- murmuro respirando agitadamente. Observo las manos de Némesis aferradas al pecho de mi camisa, su cabeza caída hacia adelante. Le tomó un momento recuperarse del susto, cuando me miró, sus labios eran una línea tensa, sus ojos alerta de nuevo.

Pasaron otros diez minutos hasta que los demonios dejaron de aparecer. Otrera, Hércules y Cicero descendieron en la terraza en un repiqueteo de los cascos del caballo alado y los otros dos jóvenes volvieron a aterrizar con energía, destrozando el suelo bajo su peso. Selene volvió a aullar y Alexander envainó su espada para subir ambas manos por encima de su cabeza y bajarlas con energía hacia el suelo. Fue como si él mismo enviara a todas las Almas de vuelta al Inframundo, todas desaparecieron con aquel movimiento y los Laelaps comenzaron a retirarse con la misma rapidez que aparecieron.

-Todos los que puedan ayudar lleven a los heridos a la enfermería- ordenó Sher sin darnos tiempo a reaccionar. El chico lucía cansado por la batalla pero a excepción de unos rasguños estaba completamente sano- una vez que terminen con ello quiero que saquen a todos los demonios del edificio y de las calles que nos rodean, no tardarán mucho en comenzar a descomponerse y no quiero ese olor cerca nuestro. Para cuando nos alcance planeo que estemos fuera de aquí y en dirección al sur. Se quedarán solo aquellos que participan del Consejo, el resto puede retirarse.

Todos se pusieron en marcha con eficiencia.

-Yo puedo encargarme de los de la terraza, si les parece- propone Alexander lanzando un demonio por los aires.

-Yo me encargo- declara Bruno y lanza tres demonios a la vez. Mientras la Compañía abandonaba la terraza, entre los dos comenzó una silenciosa batalla en la cual intentaban vencerse mutuamente mientras lanzaban los demonios lo más lejos que sus habilidades les permitían.

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