11. Dios Equivocado

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Némesis

Nunca creí que diría esto pero debería darle las gracias a los demonios. Al menos a estos en particular.

No sé qué me trajo aquí realmente. A veces siento que comprendo mis poderes de teletransportación y en situaciones me parece que no lo comprendo en absoluto. No necesito conocer el lugar para ir, simplemente evoco una imagen en mi mente y ésta me lleva al lugar más similar en el que pueda encontrar.

Y las probabilidades de que me enviara justamente al sitio donde estaba Otrera Polemistis eran casi nulas, sin embargo había sucedido.

¿Por qué agradecerle a los demonios? Porque gracias a ellos pude encontrarla. Se encontraban arremolinados contra unas ruinas griegas o romanas, no lo sé con exactitud, e intentaban entrar a la misma con una ferocidad alarmante.

Apareceré dentro y los sacaré de allí. Le hablo en señas a mi amigo. Pablo hizo lo esperado.

-No- decretó- están en plena pelea, si apareces en el sitio equivocado, corres riesgo de que te den.

¿Y tú qué harás? Pablo suspira, exasperado.

-Sabes lo que haré. En un segundo estaré devuelta con ella, ni siquiera podrás señar Sirenita.

Sonrió levemente. Pablo a veces me decía Sirenita ya que ella perdió la voz en un momento. Ambos compartíamos un gusto por el humor negro.

Bien. Acepto y levanto mis manos. Pablo las observa, sus ojos brillando por el repentino desafío. Sireni-

Tal y como había dicho, el chico apareció con un caballo y luego con Otrera. La muchacha y el animal cayeron, en shock y agotados, probablemente Pablo básicamente los había arrastrado fuera.

Para él era muy fácil: el mundo parecía moverse en cámara lenta cuando él avanzaba usando su poder, sin embargo para los demás era él quien se movía a velocidades imposibles. El muchacho probablemente no les había dado tiempo a pensar si quiera acerca de quién los arrastraba como turbina al viento a un espacio completamente distinto en un parpadeo.

Otrera tarda un momento en tomar el aliento, sin embargo es menos de lo que le habría tomado a cualquier ser humano normal recomponerse, después de todo ella era una Semidiosa. Él el que seguía perturbado era su caballo, el cual parecía casi temblar del susto.

-¿Cicero?- le habla la muchacha corriendo hasta el animal y olvidándose de nosotros por un instante. El caballo se deja acariciar por ella y relincha, parecía furioso.

-Van a salir en cualquier instante- dice, su voz tensa- deberían subir a mi lomo antes de que los alcancen.

Pablo me chocó el codo con su brazo.

-¿Sabías que hablaba?- me pregunta. Niego, sin embargo no debería sorprendernos después de todo lo que habíamos dicho.

-¡Grávata!- sisea Otrera y se sube sobre el lomo del animal con una agilidad impresionante. Un enorme par de alas emergieron del mismo ante sus palabras. Por un instante Pablo y yo la observábamos, pasmados. Ella se voltea hacia nosotros, podía ver la nobleza, el agradecimiento, el cansancio y la tristeza en su rostro ensangrentado y sucio. Sus ropas, que parecían salidas de otra época, estaban en el mismo estado de su rostro. Quién sabe cuánto tiempo estuvo combatiendo contra esa infinidad de demonios antes de que la encontráramos.

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