52. El fin

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Sher

-Me alegra que finalmente des la cara- le digo a Urian con desprecio.

El desconocido que tenía frente a mí era alarmantemente parecido a Sebastian y a mí y más joven de lo que hubiera esperado. Incluso más joven que yo.

Murió muy joven. Pienso. Urian tenía un buen punto culpando a los Dioses pero sus métodos no habían sido ideales.

-Me mentiste, Lawliet Stoll- dice Urian, por supuesto que sabía mi nombre- No te has entregado a mí. Te estás resistiendo, al igual que tu hermano.

-Lo estoy- afirmo- me gusta tener autonomía sobre mi cuerpo, lo lamento.

-¿Y qué es esto?- pregunta el Éter- ¿Otro intento de entretenerme? Has visto a tus dos amigas Brujas. Resistieron más de lo que hubiera imaginado, realmente sos diamantes en bruto. No sé qué quedará de ellas ahora.

-Son fuertes, se recuperarán.

-Si, ellas son fuertes. Son únicas en su especie pero, ¿Qué hay de ti? ¿Crees que podrás detenerme? No tienes poderes como ellas, no eres nada.

-No, no los tengo- admito- pero tengo algo mucho mejor. Mi mente.

Si fuera capaz de hacerlo, estoy segura de que Urian se hubiera reído de mí. En cambio, su rostro me regaló el mayor desprecio que podía expresar.

-No eres el primer hijo de Atenea que ha intentado desafiarme durante estos años. No eres único. Me he adentrado en el cerebro de todos ellos, los he vuelto locos. Haré lo mismo contigo.

-Ninguno de ellos era autista- le digo y, por la confusión de Urian, sé que estoy en lo cierto- nuestros cerebros no funcionan igual que los de los demás.

-Crees que eres tan especial...

-Intenta adentrarte en mi mente. Intenta vencerme.

Urian parpadea y sus ojos se voltean hasta volverse completamente blancos. Puedo sentir el momento exacto en el que el Éter comienza a hurgar dentro de mí.

Caigo al suelo, desbalanceado. Era como lidiar contra una fuerte jaqueca. El dolor me tomó por sorpresa y no pude evitar gritar.

-¿Lawliet?- escucho una voz desesperada llamándome, una voz que reconocería en cualquier lado.

-Levi- digo y lo siento sujetar mi mano en el mundo real.

El dolor parece diminuir casi al instante.

Funciona. Pienso apretando mucho los dientes. Mi cabeza se sentía a punto de estallar.

Intenté recordar el principio de todo esto. Gustavo invitándome a su mansión. La primera vez que conocí a Sebastian. Mi primer desayuno con el escuadrón. Mi primera misión. Némesis presentándose. La primera vez que sostuve un cuchillo. Los entrenamientos con Bruno y Daniel. La risa de Elizabeth. La voz de Zara. La seguridad de Otrera. La primera vez que le dije a Sebastian mi nombre. Los chocolates que Patrick sin falta cada vez que me sentía sin fuerzas.

Y me sentía sin fuerzas. Pero alguien estaba ahí. Levi. Mi chocolate. Recuerdo la primera vez que lo ví. Fue como si una parte de mí despertara por primera vez. Recuerdo sus besos, su sonrisa, su piel, amanecer junto a él.

Recuerdo todos sus rostros y sus nombres y de pronto descubro que puedo levantarme y puedo abrir los ojos. Observo a Urian: a medida que me incorporo, él pierde fuerza en las piernas.

Comienzo a caminar hacia él y el Éter cae al suelo y se lleva las manos a los oídos, su rostro contraído por el dolor. Mi familia. Solo necesitaba su fuerza. Mi mente haría el resto.

Cuando llego al lado de Urian, el muchacho es una bola temblorosa en el suelo, sujetándose la cabeza del dolor.

Llevo una mano hacia él y la infinita oscuridad a nuestro alrededor tiembla. El dolor en mi cabeza se desvanece por completo.

-Ahora tu elemento es mío- le digo y en cuanto mi mano toca su piel Urian deja de temblar, deja de moverse.

Sus ojos se abren y se encuentran con los míos una última vez. Una sonrisa, una sonrisa demasiado humana y demasiado real se dibuja en sus labios.

Y entonces Urian Muere.

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