29. En la infinita oscuridad, un rostro familiar

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Sher

Estábamos a mitad del pasillo cuando me tragó la oscuridad.

Escuché el grito de Levi llamándome, pero se oía cada vez más lejano, como si me gritara desde un tren que se alejaba de mí a toda velocidad.

Así fue como, en un instante, estuve rodeado por la nada absoluta y, en el centro de la misma se encontraba mi hermanastro.

Sebastian avanzó hacia mí con paso decidido y se detuvo a unos metros de mí. Vestía una armadura negra de combate, su rostro más pálido y delgado que la última vez que lo había visto, sus ojos adornados por unas violetas ojeras, sus labios resecos y apretados.

Toda aquella belleza casi sobrenatural que alguna vez tuvo parecía haberse ido completamente y, en su lugar, dejó aquella cáscara débil y delicada.

-Me llevó un tiempo lograr contactarme contigo, hermanito- me dice, su voz no sonaba como él en absoluto. Era como si el frío de la Antártida se hubiera adueñado de su alma despojándolo de todo tiempo de calidez y alegría.

-Imagino que Urian tuvo un gran papel en el proceso- comento observando la oscuridad a mi alrededor haciendo un máximo esfuerzo por mantener la calma. Era como estar completamente rodeado por una fuerza asfixiante y opresiva, lo único que impedía que me ahogara en ella era, probablemente, Sebastian.

-Es el Éter- confirma mirando a nuestro alrededor- he usado habilidades que heredé de mi madre para lograr crear este espacio y así poder encontrarme contigo.

-Nuestro lazo de sangre permite que esto sea posible- adivino, era la única variable consistente y algo muy presente en la magia negra. Sebastian asiente.

-La conexión es frágil y controlar el Éter de Urian es como intentar detener un tornado con un soplido- admite- así que seré rápido.

Sebastian está usando sus poderes para evitar que el Éter me consuma por completo. Pienso. Tampoco parece haber adoptado al Elemento como propio ya que sigue atribuyéndoselo a Urian. Quizás había posibilidades de hacerlo volver a nosotros.

-Quiero que te unas a los míos- me pide y su voz suena algo más familiar cuando lo hace, lo cual me descoloca- así no saldrás herido.

-Sabes muy bien que no puedo hacer eso- le digo y siento casi automáticamente un cambio en el ambiente. El Éter a mi alrededor se volvió más opresivo, sin embargo Sebastian levantó una mano y la presión en mi pecho se alivió al instante.

-Lawliet, piensa lo que estás diciendo...

-Sher- lo interrumpo- perdiste el derecho a llamarme por mi nombre en el momento que decidiste pasarte al lado de los malos.

-Para alguien tan listo, tienes un concepto bastante erróneo del bien y el mal- me regaña Sebastian y me observa un momento- ¿Cómo reemplazas los chocolates?

La pregunta me tomó con tal sorpresa que tardé un momento en responder.

-Es algo difícil conseguirlo en el apocalipsis- comento con sarcasmo- no sabía que te interesaba tanto mi bienestar.

-Por supuesto que me importa, eres mi hermano.

-Hermanastro.

-Aún así compartimos sangre. Luces como yo lucía a tu edad, ¿Sabes por qué?

-Los Dioses no tienen ADN así que compartimos el ADN de nuestro padre exclusivamente- le digo- eso ya lo sé.

-Por supuesto que lo sabes, lo sabes todo, por algo eres un hijo de Atenea, ¿Hablaste con tu madre en estos años, Sher?

-Sabes que no.

-Parece no importarle tu existencia.

-Y a mi no me importa la suya- declaro. Sebastian sonríe con sorna.

-Una declaración muy fuerte para un semidiós, no conviene desafiar la ira de los Dioses, ¿Acaso no vez lo que le ha pasado a Urian por hacerlo?

-No le temo a mi madre- espeto- ni a Urian, ni a ti. No me uniré a los tuyos, Sebastian, sin embargo puedes volver con nosotros, todavía estamos a tiempo de terminar con esto.

Sebastian me observó un instante más y suspiró profundamente.

-Desearía que hubieras aceptado por las buenas- se lamenta y me da la espalda- ahora estás en manos de Urian. Y con esas palabras, Sebastian dejó de usar sus poderes y el Éter se cerró sobre mí envolviéndome en una manta de dolor.

Grité, en vano, a mi alrededor todo era oscuridad amenazando con hacerme estallar, invitándome a unirme a lo que era nada y a la vez lo era todo.

Y en ese momento supe que moriría solo en aquel lugar.

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