23. Sentimientos a flor de piel

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Levi

-Lo primero que noté fueron tus ojos- me dice incorporándose, su mirada encontrando la mía- son del color más extraño que he visto. A veces azules, a veces violetas, como las Campanillas Chinas.

-¿Qué es eso?- le pregunto, aunque no me importaba en lo más mínimo. Solo quería una excusa para mantenerlo así de cerca, su aliento cálido contra mi cuello.

-Una flor- me explica, casi maravillado ante la idea, sus ojos parecían observarme como si fueran la primera vez que los veían- crecían en las macetas de mi ventana y cada vez que las veía me acordaba de tus ojos. Pero después pensaba en tu cabello, no es del todo lacio ni del todo enrulado, tiene ondas, así- me muestra onduleando su mano frente a mí- y no podía parar de pensar en su color. Es tan negro como la obsidiana misma, como caer en las profundidades del infierno, ¿Cómo era posible que no luciera ni un tono más claro, ni siquiera expuesto al sol?

Los dedos de Sher siguieron tímidamente la curva de mi cabello a un lado de mi rostro y lo metieron detrás de mi oreja. Sin poder evitarlo, incliné mi cabeza contra su mano, mis ojos cerrándose ante su tacto.

-Esa fue mi primera impresión. Esa y que estabas tan solo y sin amigos como yo.

Abro los ojos y lo observo, Sher había dejado su mano en mi cabello, sus dedos enterrándose lentamente en entre mi cabello debilitándome las piernas. Tuve que sentarme sobre el alféizar de la ventana para no caer y Sher se vió empujado hacia adelante, también, hasta que su cuerpo cayó contra el mío a la altura de la cintura, todo nuestro torso uniéndose, nuestras narices juntas.

-Estabas solo y estaba solo- susurra Sher a un suspiro de mi boca, un poco sin voz- y eras bueno conmigo pero no me tratabas como un niño sino como un igual. Fuiste mi primer amigo de verdad.

Sin poder evitarlo deslizo mis manos hasta rodear la cintura de Sher con mis brazos, no había forma de que lo dejara separarse de mí ahora. Sentí mi estómago revolverse cuando no se separó, sino que colocó ambas manos en mi hombros para mantener el equilibrio, sus piernas a ambos lados de las mías casi colgaban mientras mantenía el peso de los dos.

-Por un tiempo creí que éramos eso. Amigos. Pero luego vino el fin del mundo- recuerda amargamente- y lo que parecía el fin de mí mundo. Mi cerebro no está preparado para procesar cambios tan grandes, simplemente no lo está. Sin embargo estuviste ahí para mí y poco a poco te volviste indispensable, como un chocolate- dice, una sonrisa muy íntima dibujándose en sus labios. Levanto una mano y los acaricio sin poder evitarlo- Por un tiempo creí que ese era el límite: eras alguien que necesitaba constantemente para mantenerme de pie, sin embargo, no parecía ser suficiente.

Sher desliza su dedo índice por mi barbilla lentamente, su mirada perdida en mi mentón.

-Los años comenzaron a pasar y ya no era suficiente. Estabas en todos lados: en mis pensamientos, en mis decisiones, en mis sueños. Oh, por los Dioses, ¡En mis sueños!

Intenté imaginarme una realidad en la que Sher soñaba conmigo, parecía casi demasiado bueno para ser verdad. Quizás era por eso que no era capaz de formular palabra alguna. Quizás si hablaba todo este hechizo se rompería y todo volvería a la normalidad. Sin quitarle los ojos de encima, lo dejé continuar.

-Empecé a notar los detalles- murmura- como la forma de tus hombros o la manera en la que hablas y que caminas. Empecé a imaginar cosas...

-Sher- digo, mi rostro tomando color, y casi no reconozco mi voz- No tienes porqué hablarme de esto si no quieres.

-Quiero que me ayudes a entender- me pide, me ruega- porque últimamente he estado pensando que quizás no salgamos vivos de esto.

-No digas eso- le digo, horrorizado. No podía imaginar un mundo sin Lawliet en él.

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