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¿Se acuerdan de todas esas veces en las que hacíamos bromas con que el fin del mundo sería con un apocalipsis zombie? Bien, tan mal no pensábamos.
Ya son un par de meses desde que casi toda la población humana trata de comerse unos a otros y aún me es una gran duda el cómo he podido sobrevivir tanto tiempo. Me gusta pensar que el ver las típicas películas con temática zombie y en especial Zombieland sí valió de algo, sobretodo esta última con sus reglas.
También ayudaba el hecho de que los muertos-vivos no son rápidos, apenas corrían, pero lo que sí son es muy sensitivos. Puede ser malo el que te vean, pero el que te escuchen es mucho peor, irán directamente al sonido hasta encontrarlo. Hay formas de burlarlos, eso es obvio, pero si en el momento no piensas en ninguna, ya estás frito... o mejor dicho, comido.
Por eso ahora mismo trato de ser lo más silenciosa posible mientras conduzco, como cosa rara no hay objetos tirados a media calle, así que no tengo baches que pasar. En el cielo ya se puede ver el naranja rojizo típico de un atardecer, así que recorro un pueblo en busca de alguna casa que no esté más de la mitad en ruinas y que sea mínimamente segura, meta que para mi desgracia estaba siendo difícil.
Terminé ingresando en un barrio que en el pasado de seguro fue bastante pintoresco, podía ver los jardines con flores –ahora ya descuidadas–, parques infantiles y casas con colores que debieron ser brillantes en su momento. Ahora solo lucía como otro escenario muerto y triste, igual que los demás que he visto. Es como si al anuncio del primer no-vivo todo comenzó a perecer aceleradamente y finalizó en un escenario tétrico.
Estacioné el chevrolet familiar que conducía cuando al fin vi una casa de dos pisos que aparentaba estar decente, o al menos como para descansar un par de noches en ella. Ahora tocaba la segunda parte más difícil; bajar e inspeccionarla.
─Vamos a ver qué tal estás, linda ─susurré con una sonrisa.
No me juzguen, después de tanto tiempo sola empiezas a hablar contigo misma.
Agarré mi bate, una linterna y una navaja que puse en el bolsillo trasero de mi jean. Caminé con pasos cautelosos y mis sentidos concentrados, ya que esas cosas podían llegar a salir de la nada y atacarte en el primer segundo en que te notan. Subí lentamente por los pequeños escalones de madera que habían en la entrada, por desgracia no pude ver nada a través de las dos ventanas que habían porque ambas se encontraban cerradas y con algo oscuro cubriéndolas. Al llegar a la puerta puse mi oreja contra esta, esperando captar algún sonido, pero nada vino a mí, solo el silencio. Quedaba una cosa por hacer.
Cerrado.
─¡Maldición! ─bufé contra la madera.
Lentamente alejé mi mano del pomo y destencé mi agarre sobre el bate. Aun así, no me daría por vencida tan fácil.