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Nos encontrábamos en la clase de Historia y aunque para muchos era muy aburrido, a mí me gustaba saber lo qué había pasado. La maestra estaba hablando sobre la Segunda Guerra Mundial cuando la puerta fue golpeada suavemente e ingresó la Consejera Escolar.
Hablaron un poco y después de un par de asentimientos por parte de la maestra la Consejera salió y a los segundos entró un chico con el cabello rubio y rizado -parecía una oveja-, se veía demasiado tierno, tenía ojos grandes y una sonrisa tímida.
─Hola, soy Xú MíngHào, vengo de China y espero llevarnos bien ─dio una reverencia y volvió a sonreír un poco. Su coreano era un poco raro, sin contar su acento tierno.
La maestra le señaló un puesto vacío al lado del mío, él comenzó a dar pasos inseguros para llegar a el, al pasar a mi lado me sonrió y yo moví suavemente mi mano como saludo. Cuando ya estuvo acomodado en su puesto la maestra siguió dando la clase con normalidad, mandó tarea -por lo cual muchos se quejaron-, dictó materia y varias cosas más. Durante uno de esos dictados intensivos escuché un bufido a mi lado, disimuladamente me fijé a la derecha y noté como MíngHào tenía su mejilla sobre su mano, su cuaderno con varios tachones, garabatos y algunas palabras en chino. Se veía confundido. Supongo que el idioma es un gran choque para él.
El timbre sonó y varios de mis compañeros salieron del aula, dos días a la semana teníamos una hora libre que era usada para estudiar o salir a donde quisiéramos, pero luego debíamos volver para las demás clases.
Yo no me moví de mi puesto y, como imaginé, MíngHào tampoco.
─Hey, Suni, ¿no vienes con nosotros? ─preguntó Mingyu al lado de Seokmin, mis dos mejores amigos desde la primaria.
─No, los veo después ─respondí mientras hacía un movimiento de cabeza en dirección a el chino que se encontraba con la frente apoyada en la mesa.
Ellos entendieron al instante y se fueron, no sin antes hacer un gesto "peligroso" de «te observo»hacia el chico que ni sabía qué pasaba, típico de Seokmin cuando tiene su complejo de matón. Solo rodé los ojos y ellos desaparecieron por la puerta, como más de la mitad de mis compañeros.
─¿MíngHào, no? ─pregunté suavemente.
Él alzó la cabeza y me vio con sus grandes ojos. Juro que morí de ternura, parecía un cachorrito. Le sonreí.
─Sí, hola.
─Hola, soy Suni, pero puedes llamarme Suni ─dije graciosa mientras le ofrecía mi mano, él rió y la estrechó─. ¿Qué te ha traído a Corea, MíngHào de China?
Él volvió a reír. Basta, me matas, chino.
─Mis padres quisieron mudarse y soy menor de edad como para oponerme ─alzó los hombros─. No me quejo, no es tan malo como creía, pero hay ciertos problemas.