Naib Subedar

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Sinfonía ll

Muchas veces me pregunto, ¿por qué no me lo contaste? siempre que te preguntaba si te encontrabas bien me respondías que sí con una sonrisa

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Muchas veces me pregunto, ¿por qué no me lo contaste? siempre que te preguntaba si te encontrabas bien me respondías que sí con una sonrisa. Me arrepiento profundamente por no haberme dado cuenta de que me enseñaste a vivir aún cuando estabas muriendo. Es una deuda que siempre tendré contigo, la vida me había encadenado y llegaste a liberarme, nunca pude tener la oportunidad de agradecerte todo lo que hiciste por mi.

Un mes después de haber enviado el video llegaron dos sobres a la mansión, recuerdo a la perfección ese día. Ambos nos encontrábamos en el jardín sentados sobre el verde césped mientras observábamos fijamente los sobres.

—¿También tienes miedo? –preguntaste, asentí y tomé el sobre que llevaba mi nombre en el.

—¿Los abrimos juntos? –pregunté, moviste tu cabeza indicando que sí. Suspiré mientras comenzábamos a abrirlos, me preocupaba que no fuera aceptado por mi expediente.

Por supuesto que había hecho cosas ilegales, incluido el falsificar los documentos para evitar que descubrieran lo que realmente era y tenía miedo.

—¿Qué dice tu carta? –mi mirada se clavó en ti, las lágrimas no tardaron en bajar por tus mejillas y pronto eras un mar de lágrimas.

—¡Me aceptaron! –te lanzaste sobre mi mientras llorabas, reí un poco, era una situación bastante cómica –¿Te aceptaron?

Una mueca se formó en mi rostro y negué con la cabeza, debo admitir que me sentía un poco desilusionado por ello, pero también estaba alegre de que pudieras cumplir tu sueño.

—Lo siento –te disculpaste, mis cejas se unieron y revolví tu cabello.

—No lo sientas, no es tu culpa –sonreí, volviste a lanzarte a mis brazos esta vez apretándome con fuerza, como si tuvieras miedo de soltarme.

—¿Irás conmigo, verdad? –aquello me hizo reír, envolví mis brazos alrededor de tu cuerpo.

—Claro que sí, el que no me aceptaran no significa que te dejaré ir allá sola –hundiste tu rostro en mi cuello.

—Gracias –agradeciste repentinamente, nunca pude preguntar el motivo de esa palabra.

Ahora que caminaba por las tranquilas e iluminadas calles de París tus recuerdos no paraban de carcomer mi cabeza. Las flores de los coloridos árboles caían sobre el pavimento pintandolo de alegres colores; era primavera. Primero de Abril, el día que llegaste a la mansión, el día que te conocí ahora era un melancólico pero sin duda preciado recuerdo que tenía de ti. No odiaba la primavera, pero no podía evitar entristecerme en esta época del año, sobretodo porque era otra primavera sin ti.

Pasé frente al conservatorio en el que apenas habías logrado tocar una vez, siendo tu el primer violín. Lo merecías, te habías esforzado demasiado para poder serlo, afuera de el todavía había una pancarta con tu fotografía y nombre en ella, se supone que este mes sería tu segunda presentación, pero ya no te encontrabas para hacerlo. Cuando te perdí sentí que ya no me quedaba nada para seguir adelante, hasta que encontré una carta que habías escrito en tu habitación del hospital el día que fui a recoger tus cosas.

Todo ocurrió tan rápido, comenzó con un desmayo durante los ensayos y pronto tus extremidades ya no respondían para ti. Te diste cuenta de esto cuando salimos a pasear por el puente de los candados, colocamos uno y cuando intentaste lanzar la llave tu puño no lograba abrirse, en su momento no me contaste al respecto, más bien días antes de tu operación, cuando ya no podías ocultar lo mal que te encontrabas.

Cada vez que iba a dejarte al conservatorio y me dirigía al trabajo, tu ibas al hospital. Pudiste haberme contado sobre ello, te prometo que me hubiera esforzado por buscar alguna cura para tu enfermedad, pero nunca quisiste hacerlo, ¿por qué? ¿por qué decidiste aparentar ser fuerte conmigo en lugar de hablarme sobre tu sufrimiento? Me siento un estúpido por no haberlo notado, habías instalado barandales desde la entrada del departamento hasta tu habitación con el pretexto de que estabas aprendiendo ballet, nunca me había percatado de que en realidad eran para poder sostenerte, pues tus piernas ya no eran suficientes para poder mantenerte de pie.

Los pretextos se hicieron más frecuentes después de eso y eran sólo dos o tres veces las que te veía en casa, me decías que te quedarías con alguna amiga del conservatorio porque los ensayos terminaban muy tarde, pero en realidad la pasabas en una camilla de hospital. Un día decidí darte una sorpresa y pasar por ti para ir a cenar a una cafetería cercana pero no te encontré, solo a tu profesor y unos que otros compañeros. Me acerqué a preguntarles si seguías adentro cuando me contaron que no ibas a los ensayos desde hace un mes y que te encontrabas en el hospital, esto último fue lo que más me alarmó, corrí hacia el hospital que me habían dicho y te busqué con desesperación con la joven de la recepción.

Ella sonrió y después de comentar que te encontrabas mejorando me indicó la habitación en la que te encontrabas, habían muchas preguntas en mi cabeza, pero en ese instante solo quería verte y asegurarme de que estabas bien. Recuerdo que me encontraba afuera de la habitación, inmóvil y presa del pánico, varias enfermeras habían entrado con rapidez en tu auxilio cuando comenzaste a tener un ataque, tus manos se aferraron con fuerza a los costados de la camilla mientras las enfermeras te pedían que lucharas por continuar viviendo.

No podía perderte después de todo lo que habíamos pasado para llegar hasta ahí, no podías irte, no todavía. Se supone que envejeceríamos juntos después de haber formado una familia, lo prometiste. ¿Por qué me dejabas solo en este mundo? ¿Era una especie de castigo por todo lo que cometí antes de conocerte? a ti, a mi salvación.

Llegué al puente de los candados donde una vez habíamos estado, donde nos habíamos jurado amor eterno y me senté frente al nuestro observándolo como si pudiera devolverte a mis brazos, no pude resistirlo y comencé a llorar, vaya que lloré como nunca antes lo había hecho. Estaba cansado de tener que ser fuerte frente a las demás personas, había retenido mucho tiempo este sentimiento y el estar en ese lugar lo había explotado.

—¿Eres Naib, verdad? –una voz femenina me sacó de mis pensamientos, a mi lado se había sentado una señora de mediana edad.

Limpié mi rostro con la manga de mi suéter y asentí, no tenía muchas ganas de hablar con algún desconocido.

—Vaya, ¿ni siquiera preguntarás como se tu nombre? –no respondí, realmente no me interesaba la conversación, ella suspiró –Parece que _____ veía algo especial en ti.

Esas palabras fueron las suficientes para que mi vista se clavara en ella, hizo una mueca.

—Me enteré sobre lo que le ocurrió, lo siento –asentí, me extendió un sobre como el que yo tenía en las manos –Ella me mandó esta carta suplicándome que te diera su lugar en la orquesta, pero no sabes tocar el violín ¿o sí?

—Ella me estaba enseñando –murmuré sin saber que más decir, aún muerta seguías haciéndote cargo de mi.

—Por suerte tenemos lugar para un pianista, por si te interesa –extendió su tarjeta en mi dirección, la tomé dudando sobre ello –Te daré hasta el sábado para una respuesta, veo que tienes mucho que pensar.

Estaba a punto de devolverle el sobre, pero se negó e insistió en que me lo quedara como un recuerdo más sobre ti.

Lo pensé durante muchas horas, hasta que tomé una decisión que me llevó a donde estoy ahora, frente al piano en el conservatorio con muchísimas personas esperando que comience. Con cada tecla que presiono pienso que estás aquí, puedo escucharte tocando el violín a mi lado como solo tu hacías. Puedo escuchar tu sinfonía alto y claro.

Chérie - identity v | o.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora