Había hablado con el guardia de la entrada y había agradecido a la enfermera a la que Joy había persuadido, tras que ésta le informara la habitación. Ya sólo quedaban cuatro pisos entré Elaine y él. Había viajado varios kilómetros sólo con ese propósito, para verla, para decirle que… No lo sabía. No sabía qué decirle ni para qué había ido allí. Se sentía culpable por no haber atendido a las cartas, pero no quitaba el rencor y la soledad que lo invadían cada vez que pensaba en su madre.
El elevador estaba ahí, frente a él. Sin embargo, no lograba levantar el brazo y presionar el botón. Suponía que no podría tampoco entrar, cuando alguien más lo presionara o algún otro bajara en la planta baja.
Miró a ambos lados, hasta toparse con la puerta que daba a las escaleras. Aquello era más fácil, se dijo. Tiró del pomo con fuerza y entró en la pobremente iluminada y mínima estancia. Con las manos en los bolsillos, comenzó a ascender por los peldaños, sintiendo que la negrura y la desesperanza se lo devoraban en el camino.
Su sentido del deber y la moral lo obligaban a avanzar, pues retroceder resultaría cobarde. Pese a que tenía aquello muy en claro, Joy tenía razón. Si entraba, debía entrar por él mismo, no por lo que se suponía que debía hacer.
Antes de lo que hubiera querido, estaba frente a la puerta de acceso al cuarto piso. Miró hacia atrás, pero aquellas escaleras parecían un abismo por el cual no se podía volver. Tomó aire y empujó la puerta.
Se oía un teléfono sonar desde lejos, por el pasillo y las luces eran bastante más cálidas que en las escaleras. Una puerta cercana se encontraba abierta y de ella se oían carcajadas y una charla comunitaria. Alguien querido debía estar ahí, pero esa no era la habitación de Elaine.
El cuarto número veinte era como cualquier otro cuarto, observó. En medio del camino hacia la ventana del final del pasillo, de puerta cerrada, como sus vecinas.
Caminó hacia ella, decidido a no prolongar aquel martirio. Con cada paso, las ansias de abrazar a su padre se hacían más grandes, pero él no sabía que había ido a verla, no estaba ahí para abrazarlo.
Levantó el puño y tomó aire antes de tocar un par de veces. Nadie respondió por varios segundos, así que tomó el pomo de la puerta y lo giró, esperando ver a una mujer deformada a golpes, infinitamente diferente a su madre, tras abrir.
Al poner un pie dentro de la habitación, sintió un intenso aroma a flores. La luz principal estaba apagada y sólo un velador de baja potencia resaltaba algunas siluetas. En una mesita, junto a una gran ventana, un enorme ramo de flores blancas y lavandas —lo único que logró reconocer— decoraba con opulencia. Se acercó un poco más a la cama, aunque no se veía demasiado.
—Oh, amor —la voz de la mujer postrada lo tomó por sorpresa y lo hizo parar en seco, pues no esperaba que estuviese despierta—. Gracias por las flores, son hermosas. Es el ramo más bonito que he visto jamás.
En la voz femenina había resabios de dolor y dificultad al respirar, pero, aún en esas deplorables condiciones, despertaba faroles en su memoria de infante.
Sebastian se quedó allí, de pie, tratando de verla mejor. Sus ojos aún no lograban acostumbrarse a la falta de luz, pero podían distinguir que se trataba de una mujer de cabello corto, despeinado, ceniciento. Se veía bastante normal, sin vendas ni sangre.
Giró la cabeza hacia la sillita de acompañante. Allí, una niña, con un vestido tan pequeño como ella, dormía en una posición visiblemente incómoda. Aquella era la primera vez que veía a su hermanita pequeña.
—¿Javier? —aquello volvió la atención de Sebastian a la mujer.
Tragó su cobardía con dificultad.
![](https://img.wattpad.com/cover/1314044-288-k645095.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Pariente Legal
Подростковая литератураNecesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un papel. ____________ Tiene errores miles, mil cosas que cambiar, pero amo esta novela, amo a mis personajes. Los quise y quiero, sufrí, reí y me...