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Parecía que su mente había despertado, más su cuerpo seguía desplomado sin intención alguna de moverse, en aquel letargo mañanero difícil de romper. Aún no había abierto los ojos, pues la cama se sentía más cómoda que de costumbre y sopesaba si quizás valía la pena perderse el desayuno.

Su corazón se oía como un tambor en su oído izquierdo. Sólo en el izquierdo. Aquello, aun estando semi inconsciente, le llamó poderosamente la atención. Lentamente, sus sentidos se iban despertando con él. Olía un perfume dulzón y su almohada respiraba acompasadamente.

Abrió los ojos con dificultad, pues la luz era brillante, derramándose por la ventana. Se encontró frente a un cuello femenino, abrazando una pequeña cintura y con una pierna ajena sobre su propia cadera.

—Ay, Joy —susurró, suspirando.

No había sido una buena idea acostarse con él. ¿Por qué lo había hecho? Quizás, se dijo, él se lo había pedido, medio dormido. No lo sabía, pero tenerla tan cerca, tan bien ubicada, con todos los elementos suculentos de su cuerpo a la mano…

Sebastian se moría de ganas de olvidarse de su realidad y enfocar su energía en curvas sinuosas. Se dijo que se permitiría diez segundos. Contados.

Se acercó cuando pudo, tan lenta y suavemente como le permitían sus músculos dormidos, y abrazó a Joy por la cintura, hundiendo la nariz en el cuello centrino y perfumado. Parecían dos piezas de encastre. Se sentía más cómodo que en cualquier posición o situación que pudiera recordar en el momento.

Se animó a reptar la mano por la espalda femenina y a situarla en la lumbar. Sintió el calor en sus propias mejillas, al encontrarse entre el deseo de seguir acariciando y el pudor que le provocaban los pensamientos impúdicos de su mente.

Se obligó a quedarse estático, aun cuando Joy le devolvió el abrazo, dormida. Se sentía en paz, de alguna manera; protegido. Lo avergonzaba el hecho de sentir que la castaña lo protegía a él, cuando su instinto masculino dictaba que él era el protector y proveedor.

—Diez —susurró para sí, queriendo golpearse por no haber contado más lento.

Se alejó de ella y se quedó unos segundos mirando su rostro. Se moría de ganas de despertarla con besos en los párpados, disfrutar de esos labios carnosos y acabar por desnudarla bajo el rayo ardiente del sol.

Se alejó de un movimiento rápido, para evitar sucumbir a tentaciones, y se sentó al borde de la cama, para fregarse luego la cara con las manos.

Se cambió allí mismo, pues Joy no parecía ir a despertarse ni por asomo. No sabía cómo reaccionaría al verlo, ni cómo debía él reaccionar.

“Gracias por acostarte conmigo. Cuando quieras, mi cama está dispuesta a recibirte.”

Ridículo.

Ofendido no estaba. Molesto, tampoco. Sentía mucha vergüenza por haberla abrazado sin su permiso, y aquello lo llevaba a su adolescencia, cuando era tan tierno como idiota. Se repetía que había despertado a muchas chicas, en circunstancias más íntimas.

Decidió salir de una vez de la habitación y asearse velozmente en el baño. Aún estaba en horario para el desayuno, así que se acercó al comedor. Olía a gloria. Manteca, café, vainilla, té. Se sirvió una taza de café con leche y la llevó a la mesa.

Estaba entrando en pánico. Necesitaba un plan de acción, no podía esperar a que ella despertara para improvisar. Nada bueno salía cuando improvisaba, por lo general se veía como un psicópata cruel.

Por unos minutos, se dedicó a no pensar y a ver por la ventana, que enfrentaba. Pasó más tiempo del que hubiera querido contemplando la nada. Y no tenía aún un plan de acción.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora