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Un nuevo día lo encontraba con una gran sonrisa en el rostro. Se había levantado de buen humor, su padre igual, las clases habían ido como manteca sobre sartén caliente, le habían hecho invitaciones decentes e indecentes para ese fin de semana… Había sido un buen día. El sol se encontraba en lo alto del cielo aún, pero no hacía ya tanto calor. Habían tenido una ola de altas temperaturas hasta mediados de octubre, pero ese día el clima parecía haber vuelto a la normalidad. Una brisa fresca obligaba a la gente a usar chaquetas livianas, y todos parecían menos incómodos y molestos. Se estiró frente al espejo de la puerta de su placar y lo abrió de par en par. Se podía dar un día de no estudiar, de disfrutar el cambio climático y hacer lo que quería hacer desde hacía una semana.

Descolgó la camisa cuadrillé en rojo y negro, nueva después del lavado y el planchado que Geanvive, la encargada de la limpieza, le había dado. Era hora de devolverla, se dijo con una sonrisa.

Con una actitud renovada, la metió en una bolsa y salió acomodando las llaves, el celular y la billetera en los bolsillos traseros del pantalón. En la vida una chica se le había resistido, y aquella no sería la excepción. Sólo tenía que usar las armas que tenía en reserva. Había algo en ella que le gustaba y no sabía qué. Un algo que le decía que Dios se la había puesto a él en el camino. Además, no tenía a nadie más en vista, no había otras mujeres que le llamaran la atención, y si tenía que hacerla de amigo durante un tiempo para conseguir que ella no lo tratara como a un estorbo, eso haría.

Sonrió con frustración mientras arrancaba el auto al recordar la reacción que había tenido ella ante su cercanía. No sabía si aquello era bueno o malo. Sí sabía que la había puesto nerviosa, pero quizás fuera pura incomodidad. Después de todo, había invadido su espacio personal. Miró su reloj de pulsera, tenía que estar en casa temprano, tenía una cita con su padre y Mel. Todo para redimirse de haber desaparecido de la primera cena.

Bueno, le quedaba una hora para arrojar sus encantos sobre Caroline antes de tener que irse. Estacionó a una cuadra de la biblioteca, inquieto por el entusiasmo que sentía y no solía cruzársele por las venas cuando de conquistar mujeres se trataba. Era su culpa, se dijo, ellas se lo ponían demasiado fácil.

No sabía a qué se debía su excelente buen humor, pero tenía ganas de bailar y reír sin motivo. Entró en la biblioteca con una gran sonrisa en el rostro que logró que la bibliotecaria se sonrojara. Aquello no hizo más que ayudar a su estado.

Era probable que se encontrara en el segundo piso, en la sección de literatura clásica, como el otro día. Quizás en la sala de lectura del segundo piso, porque ahí estaba el material que ella estudiaba por ese tiempo. Absteniéndose de silbar una canción de Frank Sinatra y con una mano en el bolsillo de la campera, subió los escalones en busca de una melena oscura. Sin embargo, lo primero que divisó fue la bandolera sobre la mesa más atiborrada de libros de toda la sala. Debía ser de ella, nadie más tenía una así, parecía hecha por ella misma. No por mal hecha, sino por artesanal.

Chasqueó la lengua. No sabía si esperarla o buscarla, pero se le ocurrió que estar en la mitad de la sala de lectura, repleta de gente, no sería un buen lugar para decirle frases encantadoras al oído. No había otros bolsos sobre la mesa, así que asumió que se encontraba sola, lo cual era bueno. Muy bueno. No se sentía preparado para conocer a sus amistades, con suerte se sentía preparado para conocerla a ella. No era el momento para participar activamente de su mundo, lo emocionaba el hecho de ser quizás la aventura que no le contaba al resto. Algo secreto.

Se adentró entre estanterías, tarareando por lo bajo sin darse cuenta. No había tanta gente buscando libros, la mayoría se encontraba con la cabeza metida en ellos ya, en los grandes sillones familiares. Sonrió divertido al ver de espaldas a una muchacha de conocido cabello prácticamente negro, vestida con un jardinero de mezclilla que le tapaba los muslos. Tenía una tira suelta y le quedaba grande, pero se le veía adorable. Llevaba el cabello en una trenza, lo prefería suelto, pero también le sentaba bien. Se la veía concentrada, con la cabeza baja, jugando con su labio inferior mientras leía la primera página de un libro tan viejo como podía ser. Sebastian se dio cuenta de que se había callado al verla y dudó entre interrumpirla o seguir contemplándola. Su perfil era perfecto, su nariz respingada y las pestañas largas. Sacudió la cabeza y se rió en su fuero interno de sí mismo. Hacía tiempo que no lo hipnotizaba una chica. Dio varios pasos hacia ella, aunque no fue hasta que se encontró relativamente en que ella levantó la cabeza repleta de nervios. ¿Había sabido que se trataba de él antes de mirarlo?

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora