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Las grietas del suelo eran sumamente interesantes en ese momento. No podía levantar la mirada, parecía que en su nuca pesaba toda la vergüenza que sentía. Desde que había vuelto de la casa de Juls, había decidido que tenía que intentar algo con Sebastian, pero éste se había encontrado distante y no le había dado la oportunidad. Joy había intentado armar el escenario varias veces, pero él simplemente no había visto las señales o había preferido ignorarlas.

Y ahora que había transgredido sus propias reglas, se sentía en falta, culpable por haber disfrutado de ese beso como lo había hecho. Se llevó la mano a la boca y se acarició los labios, para sentir cuan suaves y calientes estaban. Cerró los ojos y se abrazó para frenar el temblor de sus manos, pero éste se trasladó a sus rodillas.

Sebastian no decía nada, sólo estaba ahí, parado. Probablemente mirándola sin entender qué le había sucedido. Había una razón por la que ella no besaba a todo muchacho que le resultara atractivo, y era que simplemente estaba en contra de todos sus principios. Ahora se sentía mal, quería esconderse. Y que él no le dijera nada no ayudaba.

Lo oyó tomar aire y levantó la cabeza de inmediato. Sebastian tenía la boca entreabierta y la nariz rosada por el frío. La miraba, pero no parecía tener reacción.

—¿Qué…? —pronunció. La desesperación de Joy no mermó—. ¿De dónde vino eso?

Era ridículamente alta la muralla que se había alzado entre ellos de golpe, aún más tomando en cuenta que hacía un minuto habían tenido los brazos enredados en el otro.

—Lo siento tanto, te prometo que —comenzó, con toda vergüenza que jamás había sentido alojada en el pecho.

—No —interrumpió con una suave negación—. No te disculpes, sólo quiero saber por qué.

—Bueno… yo —frunció el ceño, pensando.

¿Por qué lo había hecho? Porque su psicóloga se lo había dicho, porque le gustaba, porque quería probar sentirse al mando, porque quería conquistarlo. Porque las ganas de besarlo no la abandonaban nunca. Pero no podía decirle eso. Ya se había puesto en ridículo al besarlo, no lo haría otra vez al decirle que no podía dejar de pensar en él.

—¿Es un juego? —quiso saber él.

—¿Qué cosa?

Aquello no estaba saliendo como ella lo había planeado. No es que hubiera tenido un gran plan, pero esperaba una reacción diferente. No sabía cómo responder a aquella pregunta. Por un lado, sí era un juego, así había dicho Johann, pero por otro no lo era. Acababa de abrir una puerta que había estado siempre sellada y bajo llave, pero parecía que Sebastian no quería pasar por ella.

—Esto. Si no te fuiste corriendo, es porque estás esperando que diga algo, pero no sé qué estamos haciendo —Joy abrió la boca, pero él siguió hablando—. ¿Qué quieres, Joy? De mi, digo —preguntó sin malicia.

Todo el pánico del que se había liberado para besarlo había vuelto con fuerza y la había abofeteado.

—N-no lo sé —contestó con angustia en la boca del estómago.

Estaba segura de que Sebastian no hacía que sus chicas de piernas largas pasaran por la vergüenza por la que estaba pasando ella ahora. Se sentía tan expuesta y estúpida, que sólo podía pensar en sentarse sola en un rincón oscuro durante un año. Las veces anteriores en las que habían compartido un beso, él había dado el primer paso y ella se había creído en el derecho de quejarse y enfadarse. ¿Por qué no iba a tener él el mismo derecho en el caso opuesto? Le tembló el labio inferior y se lo mordió con fuerza.

—Mira. —Cada vez que Sebastian abría la boca para decir algo, más ganas de que la Tierra la tragara tenía—. Te voy a ser honesto, no… no creo ser lo que tú quieres.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora