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—No puedo creer que les contaras sin decírmelo —bramó, ofuscada.

Sebastian rodó los ojos, lo cual sólo consiguió enfurecerla más. No entendía que tren de razonamiento había llevado al muchacho a hablar con sus padres sin ella. Sin decirle. No estaba mentalmente preparada para vivir en la misma casa que su mamá y que ella supiera que salía con el hijo de su futuro marido.

—Creí que no te animarías —murmuró él, casi inaudiblemente.

—¿Qué? —preguntó ella, más por incredulidad que por otra cosa.

—Que sabía que ibas a acobardarte. Quise allanarte el camino. Demándame —exclamó él.

Estaban solos, en medio de una plaza soleada. Sebastian se mantenía sentado en una hamaca, meciéndose de tanto en tanto, mientras que ella iba de un lado al otro, con los brazos cruzados y frente a él.

—¡Desorganizaste todo! —gritó, a lo que él le dedicó una mirada de desconcierto—. Anoche estaba mentalizada, era una despedida. ¿Cómo crees que pude ir hasta allá? ¡Se suponía que ahí tenía que quedar! Ahora no se puede volver atrás, porque Dave y mamá ya saben todo.

Bastian abrió los ojos de par en par y dejó de hamacarse, para observarla con expresión dolida. Aquello la hizo sentir como el ser más horrido y cruel del mundo.

—Eres increíble, Joy —carcajeó con ira—. De verdad, ¡no puedo creer que estés diciéndome esto! ¿Yo cómo hago para no estar contigo, después de anoche? ¿Con qué demonios piensas? —ella no sabía que responder. Sin embargo, su cuerpo atinó a relajar los hombros y bajar la cabeza—. ¿No quieres que esta cosa que tenemos sea real? Bien, no lo será. Se acaba aquí, para que no se te desorganice nada y todo sea predecible y cómodo, maldita sea.

Se puso de pie y comenzó a caminar en dirección opuesta a ella. Joy no sabía qué hacer. Quería llamarlo y pedirle perdón, pero las piernas no le respondían. Era una mala persona, no comprendía cómo había sido capaz de darle aquel discurso, cuando todo lo que Bastian había hecho por ella era el sueño de cualquier chica. Incluyéndola.

Se sentó en la hamaca que acababa de abandonar él y se meció suavemente. En algún momento, comenzó a llorar. Odiaba no poder controlar esos impulsos de adolescente estúpida. Tomó el celular del bolsillo y le envió un mensaje a Juls, para que la encontrara allí. Era temprano y domingo, por lo que seguramente lo despertaría, pero su amigo era un santo.

Le respondió enseguida y, al cabo de media hora de silencio y lágrimas, Joy vio un conocido auto estacionándose al otro lado de la plaza.

Se puso de pie, mientras Juls bajaba del auto y activaba la alarma. El trayecto del muchacho hacia ella le resultó eterno, pero cuando llegó, fue glorioso poder abalanzarse sobre él y abrazarlo con fuerza.

—¿Qué sucede? —preguntó con voz tranquilizadora, mientras acariciaba su cabello, pero ella no podía más que llorar y balbucear.

No hizo más que abrazarla, mientras que ella hipaba y mojaba el pecho de su remera. No se le caían las lágrimas por la tristeza, sino por la frustración. Se sentía como una histérica, aquél tipo de mujer que siempre había menospreciado. Ella estaba enamorada de Sebastian, siempre había soñado con un hombre como él, que la protegiera y la hiciera sentir hermosa y querida. Pese a aquello, lo rechazaba y ponía palos en la rueda todo el tiempo. No comprendía por qué y eso era lo que la angustiaba.

Esta vez, Bastian había optado por resignarse. ¿Y quién no lo hubiera hecho?, se preguntó Joy, si lo estaba volviendo loco entre síes y noes. Se separó del abrazo de Juls y se secó las mejillas y la nariz. Con dificultad, hipidos y llantos esporádicos, le explicó en una versión breve de todo lo ocurrido y lo puso al tanto del casamiento y de lo que había ocurrido la noche anterior.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora