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Joy salió de la biblioteca abrazando con fuerza los dos libros que había retirado. Le había faltado uno, pero no importaba, podía estudiar de su versión en PDF. Aún el corazón le saltaba por el pecho como presa de electroshock. Se apoyó contra la pared, bajo el sol, y descansó la cabeza, intentando no conmocionarse. Hacía tiempo que ningún hombre se le acercaba tanto. Quizás Juls, pero él olía mejor que ella, a coco y flores. El blondo, en cambio, tenía un fuerte perfume de cítricos, canela, cuero… Lo que fuera, le había parado el corazón. Por un momento, ahí adentro, había querido estirar los brazos, tomarlo de las solapas de la camisa y hundir la nariz en su clavícula, que parecía ser la fuente de esa fragancia maldita. Quizás besarle la piel para comprobar si sabía igual de bien. Se preguntaba qué habría pasado si no se hubiera alejado. Quizás habría terminado besándolo desenfrenadamente contra la estantería, contra sus preciados libros. Siempre había dicho no entender a los que hacían aquello, pero comenzaba a cobrar sentido.

La biblioteca era silenciosa, personal, su luz tenue a excepción de las lámparas, los olores fuera de los del papel y la tinta resaltaban como faroles en medio de la noche y parecía que el sonido de las respiraciones agitadas se magnificaba. Sintió el verano caerle sobre los hombros como un balde de agua. Tenía calor y quería atarse el cabello. Sacudió los hombros, las piernas y la cabeza para quitarse el temblequeo del cuerpo. Guardó los libros en su bandolera, junto con la billetera en la cual guardaba su credencial de la biblioteca, y se subió en la patineta para ir rumbo a su casa. Iba más rápido que lo normal, cuando disfrutaba de patinar por la calle, mirando el paisaje urbano, pero decidió hacer una última parada. Tenía el pastel de su tía —que tan amablemente le había cuidado la recepcionista de la biblioteca—, pero quería algo más. Compró algunas otras cosas que comer y asimilar como grasa en el cuerpo antes de retomar el viaje a su casa.

Juls llegaría en cualquier momento y su madre tenía una cita con su novio. Pensaba en ello, podía visualizar a su madre, pero la voz profunda y dulce de ese chico cuyo nombre no quería saber seguía retumbándole en las paredes de la cabeza. Quería que se fuera de ahí, la mareaba. La hacía sentirse insegura. Aunque la mirada asesina que le había lanzado a su amigo la había hecho sentir bien. Estaba acostumbrada a la forma en la que este último la había observado. Como si no hubiera podido comprender por qué Dios había creado a un ser tan atractivo como un cactus, ni por qué lo había puesto en el mismo kilómetro cuadrado que él. Pero el blondo parecía querer estar cerca, parecía querer tocarla. O al menos esa sensación había tenido Joy al verlo acercarse con ojos tan celestiales como depredadores. No lo conocía, ¿cómo podía sentir aquellas cosas por alguien cuyo nombre no sabía? No sabía nada de él… Bueno, sí sabía que iba a ser arquitecto, pero no sabía más.

Aminoró la velocidad y se dio cuenta de cuánto le había faltado el aire durante el viaje. Su corazón ya había recobrado su ritmo normal, pero ella seguía inquieta, con un hormigueo recorriéndole la parte posterior de las piernas y la columna, las manos, el cuello. Entró en la casa justo cuando su madre salía. Mel le sonrió mientras se colocaba un aro.

—¡Cielo! Te ves agotada —exclamó apoyando una mano sobre su mejilla—. Vienes muy cargada —añadió a modo de reproche al ver las bolsas en sus manos.

—No, estoy bien —sonrió. Pero no estaba bien, no estaba tranquila.

—David esta a una cuadra, ¿lo esperas para saludarlo?

—Claro —asintió, aún recuperando el aire—. ¿Llegó Juls?

—Sí, lo dejé en la cocina. Te llamó hace un minuto, pero no contestaste. Iba a intentar ahora otra vez —su madre parecía tan nerviosa como ella, lo cual le produjo ternura. Ella era una mujer también, mucho más mujer que Joy, y aún se ponía nerviosa ante la expectativa de ver al hombre que le gustaba.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora