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Con frío, Joy caminó hasta a su casa desde la parada del colectivo. Tenía dos cuadras que caminar, pero se había resignado a que iba a mojarse. No le molestaba, sin embargo. El olor a lluvia era una de las cosas que más le gustaban. Olía a tardes grises, caricias y libros por montones. Las primeras gotas en rodar por la piel de su espalda le produjeron escalofríos; pero no pasó mucho tiempo para que la cortina de agua la empapara por completo y le pegara la ropa al cuerpo. Se dijo que aunque hubiera tenido su camisa, se habría mojado entera. Sonrió al recordar al muchacho que se había quedado con su ropa. Se había desnudado en público, quizás esperando que las mujeres se arrojaran sobre él. No iba a mentir, estaba en forma, pero no era más que un hombre y no había nada excepcional en serlo.

Le pesaban los vaqueros, que se aferraban a sus piernas, con las fibras hinchadas por el agua. Caminaba despacio, disfrutando del agua fría. Se había sentido tan desnuda en el colectivo, con los hombros a la vista, el escote demasiado profundo para su gusto, pero la lluvia parecía abrigarla.

Llegó a casa y su madre hizo un escándalo, a lo que Joy se limitó a sonreírle y chapotear hasta la ducha, en donde se dio cuenta de lo frío que tenía el cuerpo. Mientras se enjabonaba los pechos, recordó la mirada insistente del chico de la camisa y sonrió, sonrojándose aún en soledad. Aunque no le gustaba exponerse, sabía que él no había podido quitarle los ojos de encima. Su autoestima le sonreía gracias al desconocido. Rodó los ojos y salió de la ducha para cenar y acostarse.

Durante la semana siguiente, Mel hizo planes para el fin de semana con David y compañía, pero Joy no tenía ganas de salir. Además, tenía que estudiar y leer. Y aunque su madre se preocupara por su falta de novio y amigos, ella estaba completamente relajada. Julian, su mejor amigo, iba a ir a pasar el fin de semana en medio de resúmenes con ella. Mel tenía la esperanza de que el muchacho y su hija estuvieran saliendo en secreto, pero Joy no salía con nadie y sospechaba que Juls era gay. Aunque quizás, se decía siempre, quizás fuera un ermitaño como ella simplemente.

Se levantó el sábado temprano para acondicionar su habitación y, muy por encima, la casa. Se vistió rápido con sus vaqueros preferidos y una camiseta negra, tomó su patineta y salió por la puerta de entrada. David le había hecho un regalo sin motivo alguno: Dinero. Mel había hecho entrega de él en la noche anterior, y con sólo ver los billetes, Joy imagino pilas de libros. Por supuesto, no era tanto como para comprar una pila, pero podría comprar tres libros en tapa dura y aquello la haría inmensamente feliz. Tendría que agradecerle luego al hombre, que estaba haciendo todo su esfuerzo por ganar aceptación, lo cual no le gustaba, pero entendía por qué. De ella dependía el futuro de la relación que David mantenía con su madre.

Se subió a la patineta y anduvo por las calles con una sonrisa de oreja a oreja. Si había algo que le gustaba hacer, era comprar libros, y si tenía un lugar preferido además de la biblioteca, tenía que ser la librería de su barrio. Parecía querer pasar desapercibida, pero una vez se pasaba la puerta, había un mundo de libros, viejos y nuevos, para que uno se pasara la tarde eligiendo. Hacía rato que no se sentía tan contenta de realizar cualquier actividad.

Derrapó en la entrada y abrió la puerta para llenarse los pulmones de perfume a papel. Dejó su patineta junto a la puerta, en donde siempre la dejaba, y se acercó al mostrador.

—¡Pero miren quién nos honra con su presencia! —Joy sonrió como cada vez que Paul la saludaba.

El muchacho de rizos cortos y prolijos se limpió los anteojos en el suéter y volvió a colocarlos delante de sus ojos color verde azulado.

—¿Cómo está mi vendedor preferido? —se  apoyó sobre el mostrador y le besó la mejilla a Paul. 

—Contento de verte. ¿Qué te trae por este lado de la comarca? Hace meses que no pasas —se interesó, dejando de lado el libro que estaba leyendo.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora