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Mirando el montón de platos sobre la mesada, odió haberse ofrecido para lavar los trastos. Usualmente se trataba de dos platos, vasos, pares de cubiertos y, a lo sumo, una cacerola. Ese día parecía haber una montaña de cosas que limpiar. Ya todos se habían ido al piso superior, podía oír las risas de su padre y Mel y algún paso ocasional de Joy. Mientras lavaba el último plato, maldecía el hecho de que después tendría que secar todo y guardarlo. Al menos, se dijo, Mel y Joy habían dejado reluciente el comedor.

Era extraño comer en aquella habitación. Con su padre siempre lo habían hecho en la cocina, porque era más cómodo. Suspiró pesadamente y cerró la llave del agua, agachándose para alcanzar un par de repasadores secos del segundo cajón. La cocina estaba sumida en un silencio pacífico y un insecto intentaba inútilmente atravesar el vidrio de la ventana para colarse en la casa.

Joy aún estaba distante, se había puesto en el papel de hermana perfecta, pero él no quería una hermana. Mejor dicho, no quería que ella se comportara como su hermana. De todos modos, había actuado de manera extraña, más nerviosa que de costumbre. Acomodó las cosas mojadas para que escurrieran antes de secarlas y se sentó sobre la mesada, con la espalda pegada a la pared.

Unos nuevos pasos desde el piso superior llamaron su atención. A juzgar por las voces de los adultos y el lugar de nacimiento de las pisadas, era Joy quien se había levantado de la cama. Oyó la puerta al cerrarse y con ella cerró los ojos. Se estaba enfermando lentamente de ella. Siempre se había hecho rogar por las mujeres, pero esa tarde, cuando Joy lo había llamado para cargar con la última caja de mudanza, había salido disparado de la casa. Así de desesperado por verla se había encontrado.

No podía negar que era un sentimiento agradable, porque por un lado le daba adrenalina la espera, pero se estaba volviendo débil. Vulnerable. No eran buenos adjetivos para tener sobre la espalda, pues éstos lo convertían en el siervo y a Joy en la dueña del poder. Necesitaba desintoxicarse y comenzaba a arrepentirse de haber insistido en que se mudaran. Ella no le estaba dando ninguna señal, era completamente frustrante.

Había intentado mirarla significativamente, pero Joy no había posado sus ojos en él en ningún momento. ¡Y él que tan atractivo y bien parecido se había creído! Quería que ella no pudiera quitarle los ojos de encima, que se le acercara como lo había hecho saliendo de comprar el reproductor que no había usado aún. Que su deseo por respirar su mismo aire fuera más fuerte que su determinación de odiarlo. Sin embargo, comenzaba a sentir que aquello que le sucedía era una calle de una sola mano, porque ella se comportaba como si él hubiera sido un ser de lo más indiferente.

Relajó los hombros y apoyó la cabeza contra la pared, cuando un nuevo sonido lo distrajo. Agua. Detrás de él, por los caños, corría agua. Joy debía estarse bañando, lo cual no hacía más que sumar a su desgracia. Podía verla sin necesidad de tenerla enfrente. El cabello pegado al cuerpo, cargando y conduciendo al agua para que ésta dibujara venas líquidas por sobre la piel blanca de su lumbar, sus sin duda hermosos y curvos glúteos y por los muslos de firme trama. Veía el torrente cálido abrillantando sus labios, barriendo su cuello y besando ese par de pechos generosos que en su fantasía se permitían ser pesados y turgentes a la vez.

Imaginar no le hacía bien  ni a él ni a nadie. Debía parar de pensar en ella, bufó para sí mismo, regañándose. Sentía la excitación en el cuerpo, y todo por pensar un poco más de lo debido. Se bajó de un salto de la mesada, feliz de estar solo y de que nadie pudiera determinar su estado, y comenzó a secar las cosas sin importarle cuán mojadas pudieran estar aún.

El sonido del agua corriendo lo torturó hasta el anteúltimo plato mojado, cuándo se detuvo. Tenía que ocuparse hasta que la oyera volver a su habitación, para no tentarse de ayudarla a quitar la humedad de su piel.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora