Tenía en claro que era un idiota, que lo había arruinado, que Joy estaba completamente negada a vivir con él o a que algo pasara entre ellos, pero no podía dejar de sentirse en las nubes. En cuanto ella se dio media vuelta, una sonrisa de oreja a oreja se le plantó en el rostro sin ninguna intención de desaparecer. Le debía el sentirse liviano, y aún parecía que besaba algodón de azúcar y malvaviscos tibios. ¡Cómo había querido acariciarle el cuerpo! Había sido una de las tentaciones más grandes que había tenido jamás. Quizás estaba exagerando, pero así se sentía en ese momento.
Un viento frío le hizo sentir un escalofrío y se fregó con fuerza el brazo, para entrar en calor. Notó que tenía en la mano la bolsa con el regalo para Joy. Se dijo que al menos podía aprovechar y poner algunas de sus canciones para ella, él tenía muy buen gusto musical. Pero quizás ella fuera más clásica que él. No, no pondría nada. Se lo daría vacío, no quería que lo considerara un entrometido tampoco.
De a poco aminoró el paso, al notar en lo que estaba pensando. No, se dijo. Tenía que dejar de pensar en ella y en qué hacer para agradarle. De todos modos, lo más probable era que ella hiciera un escándalo y se negara rotundamente a la mudanza. No había por qué preocuparse, podía ignorarla durante un tiempo, matar toda esa confusión que lo estaba mareando por morboso gusto nada más, y seguir con su vida.
Su teléfono comenzó a sonar y hasta casi agradeció por la interrupción. No podía seguir escuchando a las dos voces en su mente dictaminándole ordenes versus deseos. Sin mirar la pantalla, se llevó el aparato a la oreja.
—¿Sí? —preguntó, volviendo a caminar en dirección automática.
—¿Bastian? —Sebastian rodó los ojos.
¿Por qué las mujeres pasajeras no entendían su lugar en la cadena alimenticia? Servían para una cosa y, una vez que aceptaban los términos y condiciones de su relación touch and go, no debían reclamar atención. Llamar era la tarea del hombre. Si él quería verlas, él las llamaría. Así funcionaba, era simple. No era su problema que aquellas tantas muchachas abrieran las piernas con tanta facilidad.
—Lana —saludó. En parte era su culpa.
Su filosofía era muy simple: una vez que estaba con una mujer, no volvía a por ella, a menos que se tratara de una talentosa en las artes amatorias —cosa que no muchas eran. Mucha pinta y poca maña. En el caso de Lana, estaba manejándose con un nivel decente, aunque nada mejor de lo que antes hubiera tenido, pero por pensar en Joy, por tenerla metida entre las neuronas, volviéndolo loco, había recurrido a ella más de la cuenta. Ahora la muchacha probablemente creía que entre ellos dos había algo más que un vínculo superficial, probablemente creía que habían compartido algo especial.
—¿Cómo estás? —Había pocas cosas tan aterradoras en el mundo como la desesperación en la voz de las mujeres al teléfono. Ese tono acusador y enfermizo que lo hacía sentir ahogo y sofoco.
—Bien, ¿y tú?
Mientras caminaba por las vidrieras de los negocios, se descubrió pensando en qué podía gustarle a ella, a Joy. Trató de reprimir aquel impulso con todas sus fuerzas, recordando la última vez que aquello le había nacido.
—Muy bien —dijo, pero Sebastian sabía que no era cierto—. Oye, ¿tienes algo que hacer hoy? Falta tiempo para tus próximos exámenes.
Pánico. Sabía las fechas de sus exámenes. Pánico del más puro y más abrasador. Pero por otro lado, no sabía si desechar a la pobre chica, necesitaba alejar a la castaña de su mente. No podía permitir que otra fémina lo dominara sin siquiera intentarlo. ¡Pero Joy era imposible! No se daba cuenta de sus atractivos, no se daba cuenta de lo que producía en él y eso la volvía aún más peligrosa, porque era inocente. O lo simulaba.

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Pariente Legal
Ficção AdolescenteNecesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un papel. ____________ Tiene errores miles, mil cosas que cambiar, pero amo esta novela, amo a mis personajes. Los quise y quiero, sufrí, reí y me...