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El micro, otra vez. Se moría de ganas de dejar allí todo lo que había sucedido. Le gustaba mucho Sebastian, sentía cosas por él que no había sentido por nadie, pero había terminado agotada. Quería dejar de pensar en aquellos problemas que no le pertenecían; bastantes tenía ella. Y por otra parte, ayudarlo la hacía sentir bien con ella misma, como una de las heroínas de sus novelas, que eran capaces de cualquier cosa por amor.

Tampoco estaba segura de que Sebastian fuera su “amor”. Le parecía prematuro hablar de tal cosa. En definitiva, hacía poco que se conocían y los sentimientos de él hacia ella no eran claros. No podía jugar el todo por una idea cursi y fantástica.

Necesitaba escapar de su vida por una hora. No pensar en nada. En aquel momento, todo era demasiado complicado como para abordarlo.

Él estaba durmiendo profundamente, mas ella no podía pegar un ojo. Estaba segura de que no se terminaría el vaivén de dramas y conflictos, y la preocupaba. Porque ya no podía alejarse de Sebastian, ni quería hacerlo. Tenía una necesidad loca, creciente e idiota de protegerlo, como si ella misma no necesitara protección alguna.

Pero, en ese instante, sólo estaba saturada.

Rebuscó en su mochila, hasta hallar su celular. Le resultaba extraño que su madre no le hubiera mandado un mensaje. Sabía que no iba a llamarla, para no molestarla. Le había dejado una nota y, como estaba con Sebastian, debía estar tranquila.

No había notificaciones ni mensajes de ningún tipo y su batería estaba llena, aunque había olvidado cargar el aparato por la noche. Se sintió una estúpida, cuando notó que había desactivado el tráfico de datos. Eso explicaba muchas cosas.

Lo activó y esperó a que una lluvia de mensajes le cayera encima. Y así lo hizo. Su madre le había enviado bastantes, pero no tantos como su mejor amigo y su tía. Hacía tiempo que no los veía, a ninguno de los dos. Incluso Bree había ayudado a que toda su pantalla tuviera sobrecitos cerrados.

Fue leyendo, uno a uno, los mensajes. Juls estaba realmente preocupado y enojado. Se había enterado de lo sucedido, porque había hablado con Mel, peor aun así estaba preocupado. Como Joy lo conocía, podía saber de antemano que no era real la furia que expresaba en sus textos. Era la forma en la que su amigo expresaba la desesperación por querer saber de ella.

Marcó su número, que sabía de memoria, y miró la pantalla. La verdad era que no tenía ganas de hablar.

Será lo mismo llamarlo ahora, pensó, que llamarlo cuando llegue o por la mañana.

Con esa idea en la mente, apagó el celular e intentó dormir.

.

Cuando abrió los ojos, el micro estaba deteniéndose. Joy tenía una especie de radar para esas cosas. Nunca se pasaba más de una parada. Sebastian estaba despierto, mirando por la ventanilla con aire perdido. Tenía un aspecto triste y apagado. Por sobre todas las cosas, cansado.

Ensimismado como estaba, no se percató de que ella había despertado, así que Joy se dedicó a observarlo y preguntarse si todo valía la pena, mientras los pasajeros no tuvieran que moverse.

Se sintió una niña tonta, de esas que no entienden nada, porque mirar a Sebastian era olvidar todo lo demás. Sólo podía pensar en besarlo, y responsabilizaba a su boca perfecta. Su cuerpo volvía a enviar señales de urgencia a lugares que no quería reconocer.

Tenía la noche anterior grabada en la memoria y la repetía sin cesar. En realidad, siempre se reproducía el recuerdo con ligeras modificaciones, cada una más alejada de la realidad que la anterior. Se había visto a sí misma besando los párpados cerrados de Bastian, el puente de su nariz. Luego, le acariciaba el cuello y rozaba su mentón con los labios. En la siguiente versión, se animaba a depositar besos por todo su rostro, después, acababa por despertarlo, mordiéndole la boca.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora