Ya habían subido a todo juego emocionante que ofrecía la feria. Tras el primero de ellos en el que se habían metido, la sonrisa de Joy había sido tan amplia, que Sebastian no había podido evitar arrastrarla con velocidad al siguiente. La adrenalina que lo recorría no se debía a la montaña rusa, sino a apresurarse a no perder aquella sonrisa de vista. Lo sentía como un juego personal a ese punto. Aún le quedaba incomodidad por la conversación que habían tenido, que aunque había disfrutado, había sido demasiado íntima para una feria un domingo por la tarde.
Ya no les quedaba más que la casa del terror, la de los espejos, la rueda de la fortuna y algunos otros para niños pequeños. El cielo se encontraba ya violáceo mientras la silueta de la ciudad se incendiaba con el naranja del sol. Aún la mantenía aferrada de la mano y no podía soltarla, le agradaba demasiado la sensación. Ella tenía las manos frías, pero al primer contacto con él, se calentaban hasta estar templadas. Le gustaba que reaccionara de esa forma, sentía que le podía brindar algo. Además, su gusto por el contacto de aquella pequeña mano de dedos femeninos pasaba desapercibido, pues usaba como excusa que había mucha gente y necesitaba guiarla.
Sin preguntarle nada, sabiendo que sus opciones para hacerle correr la sangre a velocidades insanas, se dirigió a la única opción apetecible con ese cielo de ensueño. La rueda de la fortuna. Para su sorpresa, no había tanta gente esperando a sentarse en las cabinas. Le echó un vistazo de reojo y la observó sonreír con aprobación, al ver el cielo, que empezaba a estrellarse, aún rosado y violeta.
Tenía que pensar en un tema de conversación, estaría allí al menos diez minutos, de algo tenía que hablar. Pagó y le indicó a Joy que entrara y se acomodara dentro para luego seguirla él. En cuanto la puerta se cerró detrás suyo, Sebastian se dio cuenta de cuánto le había molestado todo el ruido del exterior, que ahora se oía como un eco molesto, un zumbido. Se sentó junto a ella, aunque había un asiento del otro lado. No quería verla a la cara, cuando estaban frente a frente, no podía evitar mirarla a los ojos o desviarse a sus labios, y aquello era para problema. Uno junto al otro, en cambio, sólo podía apreciar la vista, aunque el aroma de mujer y el sonido de su ropa al moverse lo desconcentraran.
Con una lentitud parsimoniosa, la rueda comenzó a moverse. Primero se detuvo un par de veces para subir a las otras parejas o grupos y luego comenzó una lenta vuelta. Justo antes de comenzarla, se detuvieron en lo alto de la rueda. La luna estaba llena y luminosa como una lámpara en un recinto a oscuras, y el cielo comenzaba a perder las tonalidades cálidas que el sol se llevaba consigo. El silencio se sumaba al viaje y se instauraba entre ellos, aunque no era incómodo. Era un silencio compartido.
Joy suspiró, jugando con sus dedos, mientras él trataba de reprimir los deseos de girarse un poco y pasar el brazo por sobre sus hombros. Aquello era quizás una respuesta involuntaria ante tamaño escenario romántico. Ella jugaba con un anillo en el dedo mayor de la mano derecha y el no podía alejar la mirada de sus manos en movimiento. El estomago se le apretó mientras la acariciaba con la vista por el estómago, los pechos, la clavícula, la garganta y se detenía tras pasar por su barbilla, en los labios. Se le hizo agua la boca, era inútil pensar que era a causa del contexto, se moría de ganas de besarla. Quizás era porque sus labios eran generosos y su forma era contorneada y delineada, como si la hubiera dibujado. Ella se relamió y al parecer el peso de la mirada que él le dedicaba se volvió demasiado, pues se volteó, algo sonrojada.
Él se apresuró a reubicar su atención, esta vez en los ojos de ella. Tampoco era la decisión más inteligente, pero era lo mejor que podía hacer.
—¿Sucede algo? —ella sabía que sucedía algo, se dijo Sebastian.
Podía leerlo en el tono de su voz, casi juguetón, pero nunca lo admitiría. Estaba más relajada y sonriente, le gustaba más esa Joy que la que no se interesaba en saber siquiera su nombre. El cabello largo y oscuro le enmarcaba un rostro níveo que quiso acunar con la mano.

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Pariente Legal
Genç KurguNecesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un papel. ____________ Tiene errores miles, mil cosas que cambiar, pero amo esta novela, amo a mis personajes. Los quise y quiero, sufrí, reí y me...