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Sebastian intentaba calmarla, tanto con abrazos como con palabras, pero estaba histérica. Iba y venía de un lado al otro de la cocina, sin intención alguna de sentarse a la mesa.

—Joy, te prometo que no vas a estar menos intranquila, si te sientas. Vas a poder torturarte de la misma forma —intentó nuevamente él. Joy lo observó poner los ojos en blanco y entró en cólera.

—No trates de calmarme, sólo empeoras las cosas. No quiero desear golpearte —Bastian tiró la cabeza hacia atrás, en la silla de la cocina.

Era un desastre, todo era un desastre. Había tenido clases esa mañana, el inicio de un nuevo semestre, y no había podido prestar atención a una palabra de los labios del profesor. Mel y Dave les habían pedido a ambos que no salieran por la tarde. Querían hablar seriamente, habían dicho.

Sebastian, por su lado, parecía muy tranquilo, como si su padre no hubiera tenido información suficiente como para prohibirle estar con ella. Joy era un manojo de nervios.

Si bien sabía que tenía edad suficiente como para hacer lo que le placía, más allá de los deseos de su madre, o sus prejuicios, no estaba mental ni emocionalmente preparada para enojarse con ella o viceversa. Y moría de vergüenza al incomodar a Dave, quien sólo la había tratado con cariño, desde que se habían mudado. Incluso desde antes.

—¿Qué haces en estas situaciones, usualmente? —preguntó la voz masculina, con un dejo de fastidio.

—Me estreso —contestó ella secamente.

—Tiene que haber algo que hagas para relajarte, en momentos de estrés —insistió.

—¡No vivo este tipo de situaciones, Bastian! Por el amor de Dios... No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo, ¿no tienes un poco de pudor? ¿No te da vergüenza estar en una relación tu hermanastra? —su expresión mutó a una de asco—. Es mucho peor, cuando lo digo en voz alta.

—¡Son etiquetas! Nada más que etiquetas. Sal del pozo dramático en el que estás metida, estás logrando irritarme a mí también —ella lo miró con cara de pocos amigos, a lo que él suspiró—. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Crees que nos harán elegir entre estar juntos y tener padres?

—No, no se trata de lo que pueda pasarme a mí —odiaba sentirse así, furiosa por hipótesis en su mente—. Se trata de ellos, no quiero herirlos. Deben sentirse traicionados. ¿Por qué no se lo dijimos a nuestros respectivos padres en primera instancia? —preguntó al aire, tomándose la cabeza con ambas manos, repleta de frustración.

Se dio cuenta de que, al menos, se había detenido. Estaba de pie, apoyada contra la mesada, como si buscara generar tanto espacio como fuera posible entre su cuerpo y el de Bastian. No cabía en su mente que él no la comprendiera. Hacía bastante tiempo que estaban juntos y nunca habían tenido un problema, jamás había sentido ella la frustración que la invadía en ese momento.

—Porque somos hermanastros y era muy raro —contestó en un tono que decía, a cuatro voces, que ella era una tonta por hacer una pregunta tan obvia.

—Pues, no ha dejado de serlo, pero eso no nos detuvo, ¿o sí? —se cruzó de brazos, odiando la tensión que sentía en el aire.

Bastian se sonó el cuello y Joy se sintió culpable. Él estaba intentando, con todas sus fuerzas, no ponerse en un lugar iracundo y ella lo buscaba con cada comentario.

—No lo digas como si yo tuviera la culpa. Cuando decidí que me gustabas, ni siquiera sabía que eras la hija de Mel. Lamento que no me gustaras menos, lo siento —respondió entre dientes.

Aquél comentario le resultó enormemente doloroso, aun sabiendo que era, en parte, una confesión adorable y halagadora. Pero había oído arrepentimiento en su voz, no por hablar, sino por haber sucumbido a ella.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora