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No le había dicho a Joy sobre Ann y el departamento, porque tenía una mala sensación al respecto. Si estaba con una chica y hablaba con otra, con la cual honestamente no quisiera nada, la primera enloquecía. Y no quería arruinar lo que tenía con la castaña. Todo iba muy bien y hasta lo había hecho recordar lo mucho que le gustaba estar en pareja.

Pero, pese a la mala espina que le daba toda la situación, allí estaba, en el departamento de Ann. Hacía una semana que la propuesta de la mudanza había aparecido y lo estaba volviendo loco, desde entonces. Cuando estaba solo, en su habitación, no pensaba en nada, pero cuando la veía o pasaba tiempo de calidad con ella, su cerebro estaba al borde del colapso.

—Bien, ésta sería su habitación —comentó la muchacha, quien caminaba descalza por el suelo de madera.

Sebastian, que la conocía lo suficiente, sabía que Ann escogía el atuendo para la ocasión con mucho cuidado. Siempre lo había hecho y, a juzgar por lo que llevaba puesto, aquella no era la excepción. Ella lo conocía como ninguna mujer jamás lo había hecho en toda su vida. No había sido un gran secreto, durante su relación, que a él le gustaban las mujeres relajadas, despeinadas, de entre casa, con una camiseta tan grande, que por el cuello se revelara un hombro; tal como ella usaba en ese instante. Al menos, pensó él, había tenido la bondad de no vestirse con una de las remeras que él le había cedido, durante su tiempo juntos.

Pero ahí estaba, en un short de verano, con una gran remera de hombre, que lo tapaba casi por completo. Parecía desnuda debajo.

Para su propia sorpresa, pese a que reconocía que seguía siendo bellísima, había un repudio interno hacia ella que aún no podía quitarse. Y lo hacía enojar que quisiera manipularlo mediante una rama tan superficial como el sexo.

—Sé que no es la gran cosa —sonrió—, pero es muy agradable como el sol entra por la ventana, por la mañana. Como puedes ver, es enorme —carcajeó acariciándole el brazo—. Tiene incorporado el placar, así que no necesita cómoda y... —se mordió el labio inferior, con aire pensativo— eso sería todo. Tiene cama y mesa de luz, no tengo más muebles que ofrecerle —concluyó, clavando sus renegridos ojos en él.

Sebastian le sostuvo la mirada, sin saber realmente qué hacer. No podía acusarla de urgir un plan malvado contra él. En definitiva, no había hecho nada malo.

—¿Te pasa algo? —preguntó Ann, alargando la mano, para apoyarla en su hombro.

—No, estoy bien —sacudió Bastian la cabeza, dirigiendo su mirada a la gigantesca ventana de vidrio repartido.

—Bastian —lo llamó, acercándose un poco más. Él emitió un gruñido, sin desviar la mirada—, estuve pensando... Creo que no he hecho las cosas bien, ya sabes, contigo.

—Me preocupa que recién ahora tengas esta epifanía, Ann —dijo, mirándola de soslayo y dedicándole una media sonrisa.

Ella chasqueó la lengua, evidentemente ofuscada por la falta de seriedad con la que Bastian se tomaba su comentario. Se le acercó un poco más, casi hasta apoyar la femenina mejilla en su hombro.

—No —continuó con voz lastimosa—. Creo que te extraño, Bastian —él cerró los ojos con frustración—. Nos debemos otra oportunidad —siguió ella, con su voz hipnótica, acariciándole el rostro, con obvia intención de lograr que la enfrentara.

—Ann, no —la interrumpió, tomándola por la muñeca—. Esto no va a funcionar, ¿sabes? Ya veré en dónde ubico a Lidia.

Sin decir más, se volteó y salió de la habitación, en dirección a la puerta de entrada.

—¡Bastian! —llamó ella—. No seas cruel conmigo y no te engañes. Sabes que quieres que lo volvamos a intentar —bramó, molesta, tomándolo del brazo para que la mirara.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora