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Aquel había sido el viaje más pesado e incómodo que Joy había experimentado jamás. No tenía nada que ver con los asientos ni con la comida, sino con el estrés que la estaba ahogando. Tenía cada músculo del cuello y la espalda completamente agarrotado y un molesto dolor de cabeza se ramificaba desde su cervical.

Sebastian estaba mejor, lo cual la hacía sentirse un poco mejor consigo misma. No lo estaba haciendo tan mal después de todo. Aún pese a no saber demasiado, pues no había querido presionar a su acompañante. Sólo había sido informada de que su madre se encontraba en mal estado.

Y, en ese momento, se encontró de pie en medio de una terminal precaria y pequeña, parada únicamente de ellos dos. No había mucha gente allí, ni en las calles que alcanzaba con la visión. Bastian no había dicho demasiado, desde que ella había despertado. Se lo veía taciturno y apesadumbrado, con razón.

Hacía mucho frío y el cielo se encontraba tapado por nubes grises, como esperándolos para graficar todo lo que sentían. Bastian no parecía afectado por el clima ni por lo lúgubre del lugar. Su atención se encontraba concentrada en los bolsos. Joy sabía de antemano que no le iba a pasar ninguno, siendo que eran pocos y pequeños.

Cuando comenzó a caminar hacia la calle, la castaña lo tomó del brazo, logrando que se volteara.

—¿Estás bien? —preguntó, perforándolo con una mirada de sincera preocupación.

Él se tomó unos segundos con la vista fija en el suelo, antes de enfrentarla.

—No —suspiró—, pero estaré bien —contestó forzando una sonrisa que lejos estuvo de confortarla.

—¿En dónde nos quedaremos? —quiso saber, soltando el brazo del muchacho, quién torció el gesto.

—Reservé una habitación a un par de cuadras de aquí —informó, antes de voltearse y seguir caminando en dirección a la calle.

Joy supo que él no quería charlar y aprovechó aquello para que su cerebro explotara ante la idea de compartir una habitación con Bastian. Sabía que no era un pensamiento apropiado para el contexto que los rodeaba y que no había ninguna doble intención en aquella reserva. Sin embargo, jamás había compartido un espacio íntimo y aquel hecho la llenaba de unos nervios que no ayudaban a su contractura.

Luego de unas cuantas cuadras de helado sufrimiento, terminaron por detenerse frente a una puerta que se veía como cualquier cosa menos un hostel. Sebastian tocó el timbre de aquella estructura de puertas altas de vidrio repartido, y de inmediato apareció por el umbral una mujer entrada en años y de aspecto cálido, aunque estricto.

—Pasen, por favor —invitó, para cerrar con llave, detrás de ellos—. ¿Tienen reserva?

—Sí, Saxton —contestó Bastian.

La mujer buscó en el libro de reservas e hizo firmar al blondo, antes de tomar la llave y entregársela.

—Siéntanse en libertad de pedirme más toallas o lo que necesiten. Estoy en el piso superior, cuando no estoy en la entrada —sonrió—. Servimos la cena a las ocho en punto y el desayuno a las siete.

Joy miró a su alrededor. El lugar era bonito, limpio y prolijo. Estaba decorado como una casa rústica, con un claro bajo presupuesto. Mientras caminaba detrás del muchacho, su mente armaba una gran cama de dos plazas con un acolchado rojo satinado y espejos en todos lados. Tendría que dormir con una trinchera de almohadas en medio. No le sería posible conciliar el sueño. No le iba a quedar más opción que pedir que le dieran una habitación extra, o a lo sumo un catre. Todo era un desastre, una mala idea. Quería irse de allí. Cada paso que la acercaba a la habitación, se sentía como un metro más cerca de un abismo.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora